Cine

Quique San Francisco

El eterno superviviente siempre con una cerveza en la mano

Imagen tomada en 1978. De izquierda a derecha Juan Molina, el propio Quique San Francisco, Polo Aledo, Enrique Viciano y Oscar Ladoire.
Imagen tomada en 1978. De izquierda a derecha Juan Molina, el propio Quique San Francisco, Polo Aledo, Enrique Viciano y Oscar Ladoire.ArchivoArchivo

Me gustaba entrevistar a Quique porque siempre decía lo que le salía de los mismísimos. Era un raro entre los de su oficio: no miraba a la taquilla ni a la conveniencia política o social antes de largar por aquella bocachancla de vividor cascarrabias que lo ha exprimido todo menos la naranjada del desayuno. Hubo un tiempo en el que se amanecía con aguardiente o mejor con un pico. El caballo se llevó a muchos de sus mejores amigos, él me lo decía: “Tú lo sabes, Jesús, fueron palmando todos: Eloy de la Iglesia, Antonio Flores…La movida de los cojones, todos jodidos, todos enganchados al caballo, todos a la mierda. Qué fácil era entrar y que difícil era salir”.

El rostro de Quique San Francisco albergaba infinidad de posibilidades versátiles para interpretar diferentes papeles
El rostro de Quique San Francisco albergaba infinidad de posibilidades versátiles para interpretar diferentes papelesArchivoArchivo

Él lo dejó porque un día que estaba tirado, se presentó su madre ante su catre (“se me apareció como la Virgen, te lo juro; la vi resplandeciente, fíjate lo colgado que debía de estar”, me contó un día) y mirándolo muy fijamente le dijo la frase terrible que no estaba en el guión: “Mira, hijo, si vas a seguir así, más vale que te mates”. Fue el mazazo que le despertó del mono. A veces era raro y no se le entendía muy bien, como si todo él fuera un reflejo de su físico extraño, de aquella cara que era un esbozo de un retrato de Picasso pintado en una mala noche, con aquello ojos como platos que más que un perpetuo asombro delataban su necesidad de vivir asomado a todos los abismos. Un vividor, dicen que era. Un conocedor honrado y cojo de todas las golferías, de la bohemia dura en la que si te empleas a fondo te dejas algo más que la piel. Aquellos ojos de pasmado, espantado o atónito ante lo que veía y le confundía. Como si cada día descubriera un mundo nuevo, como si le acabaran de rescatar de un naufragio y no acabara de creerse que estuviera a salvo. En realidad, creo que le parecía un milagro estar vivo, y de ahí que decidiera quedarse para siempre en el papel de superviviente. Lejos de él la manía de la solemnidad. Su último trabajo: dio vida a la Muerte riéndose de ella en un anuncio de Campofrío. Casi fiambre en un anuncio de fiambres.