Crónica
Espadas o la fidelidad sin fisuras a los principios fundamentales sanchistas
De vez en cuando la pista central del circo se ilumina con palabras claras, rotundas y definitorias sobre la forma de chupar poltrona de una mayoría de nuestros políticos: «Apoyo al Gobierno en la concesión de los indultos, igual que lo apoyaría si no los concediera», dejó dicho para esculpirlo en bronce Juan Espadas, vencedor de las primarias andaluzas del PSOE. ¡Ele mi niño! Así habla un primer espada con las orejas de Susana Díaz en las manos y a la espera de que el presidente Sánchez le conceda también el rabo. Qué menos. Cuánto valor en ese brindis a la fidelidad total y desabrochada. Podría haber añadido: «Esto va en el sueldo, qué quieren que les diga», pero no lo hizo: quien espera el laurel de los héroes no ensucia el momento épico con cuestiones prosaicas. También ha arrojado alguna luz sobre su futuro, en otro estilo, claro, Yolanda Díaz, la ministra de Trabajo. Hablando de las puertas giratorias de la política, dijo: «A mí no me verán nunca en una eléctrica». No sé si eso quiere decir que ella tampoco entiende el recibo de la luz, que nunca la veremos en patinete o que definitivamente espera que las chicas de oro de Podemos la lleven en volandas al trono de la Moncloa, donde quedaría divina de la muerte posando para «Vogue» toda de blanco y con la melena al viento porque yo lo valgo. Eso suponiendo que el feminismo coral (la Belarra, la Montero, la Vera y la Verstrynge) no decida al final que la candidata es Ione o algo así y la Díaz quede aparcada en alguna puerta giratoria y abrazada a Garamendi. Estas cosas pasan hasta en las mejores familias e incluso entre las feministas no amazónicas que derrochando sentimientos de igualdad coral han ascendido a Teresa Arévalo, la niñera de los hijos de la Montero, a encargada de la Coordinación Ejecutiva, aunque aún no le han explicado, dicen, si tendrá que preparar biberones y cambiar pañales o solo acompañar al cole.
De momento, ellas se llevan muy bien. Belarra ya ha arengado a la tropa con el grito definitivo y glorioso: «Vamos juntas porque vamos lejos». Es lo que yo le grito al televisor: estas acaban haciendo el Camino de Santiago. Carrillo, claro.
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