Gastronomía
Ana Botella: «No se podría entender Madrid sin Lucio»
Fue un atardecer lleno de caras famosas que no quisieron perderse el homenaje al tabernero-símbolo, anfitrión de celebridades nacionales e internacionales
Ya son un clásico de la gastronomía madrileña. Aunque con cierto confort y glamour, Los Huevos de Lucio mantiene casi el aire tabernario de lo tradicional. En la castiza y madrileña Cava Baja (número 35), los han saboreado desde el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, hasta todos nuestros presidentes del Gobierno. Allí se reunieron excepcionalmente una vez para el pan y moja.
Nadie supo de qué asuntos trataron en esa reunión de ex junto con el anterior monarca. don Juan Carlos es un habitual, y allí, coronado por un busto broncíneo, está esa perpetuidad conque contempla el ir y venir o la paciencia de los comensales que esperan su turno para hincar el diente en los huevos. El rincón del rey emérito está justo enfrente a uno dedicado al Nobel Severo Ochoa. Bien lo saben María, Javier y Fernando, hijos –muy trabajadores– del ya más símbolo que cocinero.
«Lucio» bautizaba un volumen sobre su vida, obras y milagros impulsado por la devoción que por sus huevos tiene el novelista y autor de la biografía Alberto Vázquez Figueroa, y que defiende el letrado Antonio Garrigues Walker. Y como el chef es atlético, el acto casi sirvió para inaugurar el nuevo estadio rojiblanco, el Wanda, tan futurista de arquitectura.
Fue un atardecer lleno de caras famosas: desde la envidiada morenez soleada de Los del Río a un Pedro Ruiz, polifacético «showman», con la camisa deportivamente por fuera. Me contó que vende su casa madre de Barcelona, tan llena de recuerdos maternos, ¡ay! «Casi no voy, y mantenerla es carísimo», dijo. No vi melancolía, sino ánimo en su decisión, algo que también observó Juan Palacios, hombre todopoderoso de los relojes Viceroy que tanto ayudó al boxeador Pedro Carrasco en su final, porque le prestaba muestrarios para que fuese tirando.
Casi olían a primavera la inamovible y gran bailarina María Rosa quien, con un codo roto, hacia curioso tándem con su inseparable amiga, la diseñadora Marili Coll, de mano fracturada. Accidentes caseros explicaron a una adelgazada Ana Botella, hecha un risueño vergel por cómo las flores inundaban su traje negro. Avisó a todos: «Vengo en calidad de invitada a título individual, sin ningún tipo de representación política y solo porque admiro y quiero a Lucio». Supe después que los Aznar no marcharán a Marbella hasta mediados de julio. La ex alcaldesa de Madrid siempre ríe con ironía, y más aún si se le pregunta por el Gobierno actual: «No sé a dónde van a llevarnos...», suspiró encontrando eco a su lamento. Ante ella se hallaba Enrique Cerezo, «prestador» del estadio, y el ex ministro del Interior José Luis Corcuera, que sorprendió, siempre tan serio, con camisa rosa. Begoña Trapote, esposa del dueño de la Joy Eslava, del Teatro Barceló y de la chocolatería San Ginés, Pedro Trapote, iba de negro, pero no se la veía, escondida tras un bolsón beis. Yo cabría en él perfectamente doblado.
Emoción a raudales para toda una vida dedicada a los huevos –con perdón–, que don Juan Carlos suele pedir de plato único doblándole la ración. El Ayuntamiento, ausente, como cuanto huela a madrileñismo, tiene la última palabra en lo de rotular una calle exaltando los universalizados huevos de Lucio Blázquez, ya tan propios de la ciudad como los callos o el cocido. Lo dijo Ana Botella: «No se podría entender Madrid sin Lucio».
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