Francia

Anne Gravoin, esposa de Manuel Valls: «Ocurra lo que ocurra, estaré siempre en mi lugar»

Manuel Valls (i), y su esposa, Anne Gravoin (d), posan previo a una cena de Estado en el Palacio Elíseo.
Manuel Valls (i), y su esposa, Anne Gravoin (d), posan previo a una cena de Estado en el Palacio Elíseo.larazon

Valls debuta como primer ministro pero es su esposa la destinada a acaparar los «flashes»: violinista de prestigio, su desenvoltura ya ha provocado más de un pasmo entre los socialistas galos

Los focos ya se han posado sobre ella. También las afiladas plumas de los observadores de la cosa política y su circunstancia. Y no precisamente para glosar su última interpretación de las Sonatas de Mozart pese a ser una virtuosa del violín. De Anne Gravoin, 49 años, lo que interesa es su nuevo papel de «segunda» primera dama de Francia, aunque con la plaza aún vacante en el Elíseo, la esposa de Manuel Valls tiene muchos puntos para pasar a primera división. Su ausencia fue notable el pasado martes en Matignon. Frente al matrimonio Ayrault, que abandonaba la sede del Ejecutivo tras dos años de ejercicio, el flamante primer ministro, Valls, tomaba en solitario las riendas de la jefatura gubernamental. En la foto faltaba Anne. Quizá por razones profesionales. Las mismas o parecidas que adujo en 2012 –un concierto con Johnny Hallyday– para no asistir al traspaso de poderes en Interior entre el sarkozysta Claude Guéant y su marido. Fue entonces cuando, con toda desenvoltura, reconocía ante varios periodistas interesados por la presencia de una violinista entre las consortes de los ministros que «una mujer música es mucho más glamuroso que Madame Ayrault, profesora de alemán en la periferia de Nantes». Comentario procaz que no debió de apreciar su antecesora –que enseña el francés y no el alemán, para más señas– y que podría explicar la soledad de Valls esta semana.

Distancia prudencial con la política

Con la política la nueva regenta de Matignon mantiene distancias prudenciales. Por eso no parece claro que esté dispuesta a dejar su apartamento en el barrio de la Bastilla, donde la familia vive al completo –incluidos los cuatro hijos del primer matrimonio de Manuel Valls– para mudarse al palacete de la rue de Varennes, violinista de reconocido prestigio, Anne Gravoin es, ante todo, una mujer que no ha necesitado casarse para hacerse un nombre. Al menos, en los círculos culturales. Desde muy joven quiso hacer como su padre, tocar el violín, «aunque no ejercer el oficio de la misma manera». Es decir, siempre en la misma orquesta, con el mismo programa y el mismo jefe. Sus gustos son eclécticos y lo mismo disfruta con una partitura de Brahms que rasgando la cuerda en un macro concierto de Hallyday o acompañando a populares nombres de la canción francesa como Charles Aznavour o Marc Lavoine. Protagoniza recitales pero también los organiza a través de su compañía, Régie Orchestre, fundada en 2003. Y si entre los más elitistas la doble faceta de música y empresaria chirría, ella, algo lenguaraz, pero con treinta años de profesión en las espaldas, responde: «A los puristas que les den». Su verbo cáustico es de los que animan cualquier reunión de amigos, a las que hasta hace poco asistía la ex primera dama, Valérie Trierweiler, con la que trabó una estrecha relación durante las primarias socialistas de 2011.

Amorío resucitado

La suya es de esas historias de amor que funcionan de segundas, un amorío de juventud resucitado años después. Se conocieron en 1984 pero nada cuajó entonces. Él acabó casándose con Nathalie Soulié, compañera de Universidad y madre de sus cuatro hijos. Ella también se casó y fue madre. Cuando sus destinos volvieron a cruzarse, se produjo «el flechazo», confesaba Valls en una inusitada aparición televisiva en 2010, poco después de que ambos contrajeran matrimonio y en segundas nupcias para ambos.

Si de Manuel Valls le gusta todo y pregona sin pudor estar «totalmente enamorada», ha preferido conservar su apellido que adoptar, como es uso en el país vecino, el de su marido. No quiere ser «Madame Valls», pero sobre todo «mujer de» ni se imagina estrechando manos sistemáticamente por imposición del protocolo. «Cada uno tiene una vida, un corazón y un cerebro. Yo soy independiente. Jamás le he pedido un céntimo a mi marido», contaba en una de sus primeras entrevistas, a «Le Parisien». Dinero no, pero favores sí. Como «limpiar» la calle en la que reside el matrimonio de las familias gitanas que pululan con frecuencia por el distrito de Bastilla o levantar alguna multa, según revelaba recientemente la Prensa parisina. Una independencia profesional que les mantiene alejados con cierta frecuencia y que les lleva a echarse de menos «terriblemente». Sabe que su marido figura en el ránking de los políticos más sexys y que el 20% de las francesas, según un sondeo, desean tener una «aventura tórrida» con él, pero Anne Gravoin, parece asumirlo casi con orgullo. Eso sí, advierte: «Ocurra lo ocurra estaré siempre en mi lugar. Soy amable, a priori, pero también una mano de hierro en guante de terciopelo», declaraba a «Match». Su apasionado beso en primerísimo plano los llevó a la portada del semanario galo el pasado verano. Un cariñoso gesto a la luz de los focos que humanizaba la dura imagen del entonces ministro de Interior y que a ella la sacaba de una cómoda sombra en la que permanecía refugiada. Desde entonces, ambos han paseado su amor abiertamente y con naturalidad. Ella es la artífice de la renovada apariencia del primer ministro, adepto hace unos años de un «look» algo pasado y relamido. Como si se estuvieran preparando para nuevos horizontes. Valls, de hecho, acaba de subir por fin el penúltimo peldaño, después de muchos meses y varios intentos fallidos de conquistar la jefatura del Gobierno. Una pareja «a lo Sarkozy» en los años previos a la toma del Elíseo, aunque toda comparación con Cécilia provoca en ella, socialista convencida, una reacción epidérmica de rechazo inmediato. Si la inquilina de Matignon no va a ejercer de consorte al uso, de ambición parece ir bien servida. Y ahí, el matrimonio Valls toca armoniosamente la misma partitura.