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La princesa de Kaphurtala regresa a Madrid cien años después

El ayuntamiento recupera la memoria de Anita Delgado, la única «royal» india de sangre española

Anita Delgado
Anita DelgadofffPok Production LTD

La primera vez que Anita Delgado Briones vio al príncipe de Kapurthala fue en vísperas de la boda de Alfonso XIII, en 1906, en un Madrid engalanado para la ocasión. Enlutada por la reciente muerte de su abuela y con las trenzas recién peinadas, seguía entre la muchedumbre el soberbio cortejo de los invitados reales. Inesperadamente, el exuberante rajá de Kapurthala se detuvo ante esta jovencísima bailarina, tímida y de rasgos muy delicados.

Más de 100 años después, el Ayuntamiento de Madrid recupera su memoria con una placa conmemorativa en el número 26 de la calle Marqués de Urquijo. En este señorial edificio vivió y murió, envuelta en joyas y pompa, Anita, la única princesa india con sangre española. Entre los asistentes al acto, destaca el productor de cine Juan Antonio Casado, que ha adquirido los derechos de explotación audiovisual de dos de las obras escritas por la biógrafa oficial de princesa, la gallega Elisa Vázquez de Gey. Con él, y siguiendo el relato de la autora, retomamos el hilo de una apasionante historia que nos traslada al Madrid más genuino de principios del siglo XX. El de la bohemia de Valle-Inclán, la gallina en pepitoria, las cupleteras, Romero de Torres y la gran Pastora Imperio.

¿Qué ocurrió después de aquel insólito cruce de miradas en la calle Montera para que esta muchacha acabase en el trono de Kapurthala, en la lejana India británica, con la dignidad de maharaní? Anita se quedó perpleja ante aquel hombre con gran turbante azul turquesa. «Es más bien corpulento, luce una extraña barba y sus ojos se clavan con insistencia en Anita», escribe su biógrafa. Cuando la comitiva reanudó la marcha, la cabeza del monarca se volvió para seguir contemplándola.

Era la menor de dos hijas de un matrimonio malagueño venido a menos que en 1904 emigra a la capital con la tata Joaquina. Esta mujer, «bonachona y oronda», será cómplice de hermanas cuando, con 15 y 17 años, son contratadas como teloneras en el Central Kursaal, un cabaret en la plaza del Carmen. Por cada pase, siempre antes de medianoche, Las Camelias –así se hacen llamar– reciben 30 reales. Al enterarse el príncipe de su identidad, ordena que reserven un palco muy cerca del escenario y los acontecimientos se precipitan. «Las artistas del Kursaal» –narra Vázquez de Gey– «se hacen lenguas de la anécdota y los intelectuales toman el asunto como propio, especialmente Baroja y Oroz que, casi de madrugada, tienen que esforzarse en encaminar los pasos de un Valle-Inclán bastante perjudicado de cazalla y empeñado en exclamar a voz en grito: ¡Tenemos que hacer algo! Que Anita llegue a relacionarse con el maharajá es cuestión de patriotismo, señores míos». Acostumbrado a tener todo cuanto desea, el maharajá asiste cada noche al Kursaal y cada noche Anita recibe un gran ramo de camelias. Su desdén aviva el deseo. De vuelta a la India, le envía una propuesta de matrimonio. Ella le rechaza por medio de una carta que es interceptada por sus amigos intelectuales y reescrita por Valle-Inclán sin que ella se entere. Según Ricardo Baroja, el texto resultante «parecía la suma de retazos escogidos de una antología chateaubriandesca». Como era de esperar, al leerla, el maharajá cae rendido y envía a su secretario personal con un broche de diamantes y un talón de cheques sin límite para trasladar a ella y a su familia a París, donde se la instruiría como futura princesa de Kapurthala.

«La perfecta anfitriona»

La boda se celebra en 1908 y se convierte en la favorita de un harén de cinco esposas. Poco después nace su único hijo, Ajit, y el maharajá manda llenar todas las fuentes del palacio con Möet&Chandon. A pesar del choque cultural, la princesa cautiva al país y se involucra, a espaldas de su esposo, en los primeros movimientos pacifistas por la independencia. «Fue la perfecta anfitriona internacional, la mejor compañera en los viajes y privilegiada espectadora de hitos históricos», describe su biógrafa. Pero nada pudo impedir que el amor flaquease y ambos firmaron un acuerdo de separación que le garantizó a Anita su rango vitalicio de princesa. Tenía 35 años. Cuando volvió a Madrid, escogió como domicilio la cuarta planta del inmueble de Marqués de Urquijo, que le permitió una vida discreta y acomodada en la capital.

Antes de morir, el día de San Fermín en 1962, quiso escuchar la voz de Estrellita Castro. Sus casas se vendieron y las piezas de mayor valor acabaron en anticuarios madrileños. Su hijo, tercer heredero al trono, nunca dejó de visitar Madrid. Murió en 1982. Con estos retazos, Juan Antonio Casado concluye un relato que espera llevar muy pronto a la gran pantalla.