Historia

¿Sabía Alfonso XIII el grave riesgo de su boda con Victoria Eugenia?

En enlace regio introdujo en la Casa Real española la hemofilia, a consecuencia de la cual fallecieron sus hijos Alfonso y Gonzalo

Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg
Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberglarazon

La legión de biógrafos y cronistas áulicos de Alfonso XIII sostiene que el monarca ignoraba que su futura esposa, la reina Victoria Eugenia de Battenberg, podía ser portadora del gen de la hemofilia: una especie de «peste sanguínea» introducida desde entonces en la Casa Real española, que causaría las muertes trágicas del Príncipe de Asturias y de su hermano el infante Don Gonzalo.

Esta gravísima enfermedad se caracterizaba entonces por la propensión a fuertes hemorragias, producidas a veces de forma espontánea, las cuales eran francamente difíciles de controlar debido a una tara en la coagulación de la sangre. Algunos aseguran, incluso, que el Rey fue poco menos que engañado.

Aunque la hemofilia, como tal enfermedad, no estuviera tipificada médicamente en 1906 cuando Alfonso XIII y Victoria Eugenia contrajeron matrimonio, tal y como sostiene Ricardo de la Cierva amparándose en la primera gran monografía sobre este trastorno de la coagulación publicada por los doctores Bulloch y Fildes en 1911, ello no es óbice para asegurar con rotundidad que nadie en la Corte inglesa o en la española conociese la amenaza de aquella tara a la cual se denominaba ya entonces por su verdadero nombre: «Hemofilia». Bastaba sólo con pronunciar esa palabra maldita para desatar el pánico en las cortes europeas.

El término «hemofilia», que significa «afinidad por la sangre», fue acuñado por el doctor Friedrich Hopff en su tratado de 1828. De la Cierva insiste en que nadie pudo advertir a Alfonso XIII del enorme riesgo que corría: «Don Alfonso –asegura el historiador– no pudo ser informado sobre la enfermedad de la que Ena –como su madre Beatriz– era portadora. Nadie lo sabía en 1905, ni en 1906 ni en 1907. Entre otros motivos menores, porque nadie podía saberlo».

Pero su pasmosa seguridad no convence en absoluto a la doctora Araceli Rubio, quien, tras investigar durante más de dos años los entresijos de la hemofilia para su tesis doctoral sobre el impacto de esta tara en la historia de la realeza europea, mientras se formaba como especialista en hematología y hemoterapia en el hospital Miguel Servet de Zaragoza, sostiene que en 1893 el profesor Wright ya había analizado y descrito la enfermedad en su trabajo titulado de forma elocuente «Haemophilia and haemorrhage». Sin ir más lejos, como advertía la doctora Rubio, en ese estudio se basaron algunas curas realizadas al «zarevitch» Alexis, nacido dos años antes de la boda de los reyes de España.

w Sin miedo al riesgo

«Tanto ella [Ena] como él [Alfonso XIII] y sus familias –sostiene la doctora Rubio–, además de los consejeros del monarca español, conocían, en el momento del compromiso matrimonial de la pareja, el riesgo que ambos corrían. Pero el Rey Alfonso nunca temió arriesgarse».

La hematóloga hacía, a continuación, una distinción importante: «Una cosa es saber que [Ena] era portadora de la enfermedad, cosa que hasta nuestros días no se ha podido conocer, y otra cosa es que existía una enfermedad, la hemofilia, que ya había afectado a varios miembros de la familia, ella misma tenía dos hermanos afectos».

Por si fuera poco, en 1803 el doctor John Conrad Otto de Philadelphia, en un revelador estudio publicado en «The Medical Repository» de Nueva York, auténtica biblia de la ciencia médica, ya había detectado «la existencia de una predisposición hemorrágica en algunas familias que, aunque sólo la padecían los varones, la transmitían las mujeres no afectas a una proporción de sus hijos».

Otto añadía: «Familia con cuatro hijos varones que sangraban después de una herida trivial. Ninguna mujer de esta familia era afectada pero sí lo transmitía». Más claro, agua: un siglo antes de que Alfonso XIII y Ena se desposaran, ya se conocía la existencia de esta enfermedad, llamada luego hemofilia.

Por tanto, además del importante estudio esgrimido por De la Cierva, existen otros trabajos destacados sobre la enfermedad publicados en fechas muy anteriores, a los cuales se añade el del doctor Legg, aparecido en Inglaterra en 1872, y el de Immerman, editado en Alemania siete años después; así como el de König, sobre la repercusión de la hemofilia en las rodillas, publicado en 1890.

Luego Alfonso XIII sabía el grave peligro que corría desposándose con la princesa británica. Incluso Ramón de Franch, amigo íntimo del monarca, escribió en su excelente biografía de Alfonso XIII publicada en Ginebra, en 1947: «En Madrid, si no en Londres mismo, no faltó quien le aconsejase [al Rey] proceder con sumo juicio, en virtud de ciertas razones que luego se ha visto tenían sobrado fundamento». ¿Negligencia regia entonces...?

Dos testimonios lapidarios

Otro testimonio destacado se halla en la biografía autorizada de la princesa Beatriz de Inglaterra, madre de Victoria Eugenia, titulada en inglés «The Shy Princess» y publicada en 1958, cuando la esposa de Alfonso XIII aún vivía. Para mayor verosimilitud, su autor británico David Duff agradece al principio a la reina Victoria Eugenia su impagable colaboración. Consigna así David Duff: «Pronto se supo que Alfonsito [el primogénito de Alfonso XIII] sufría de hemofilia. En esto reside la verdadera tragedia de la princesa Beatriz. Tanto ella como los consejeros del monarca español conocían, en el momento del compromiso matrimonial de la pareja, el riesgo que ambos corrían. Pero estaban muy enamorados. El rey Alfonso nunca temió arriesgarse». El biógrafo suizo Henri Vallotton lo tiene también muy claro: «Alfonso XIII sabía, incluso antes de su noviazgo, que habían existido casos de hemofilia en la familia de la princesa del lado materno», escribe.

@JMZavalaOficial