
Travesía
Don Felipe VI vs. la princesa Leonor: el detalle que marca la diferencia en sus viajes en el Juan Sebastián de Elcano
Su Alteza Real ha llegado hoy a tierras americanas a bordo del buque-escuela, tal y como hizo su padre

En enero de 1987, el príncipe Felipe, con 19 años, llegaba a las costas de Brasil. Ahora lo ha hecho su hija, la guardiamarina Borbón Ortiz. No ha sido en el mismo puerto, pero sí en circunstancias similares. El heredero atracó en Río de Janeiro y la princesa en Salvador de Bahía. La elección de esta ciudad tiene que ver con una fecha conmemorativa: se cumplen 400 años de la liberación de la ciudad, que se encontraba en manos de los holandeses. De ahí que se decidiera que este fuera el primer destino después de veintidós días de navegación sin pisar tierra.
Padre e hija tuvieron que aprender a moverse, estudiar y vivir en unas dimensiones que nada tenían que ver con las habituales de Zarzuela. En este sentido, la princesa ha tenido más suerte, al compartir el sollado (camarote en el argot naval) femenino, con cuatro literas y un baño común, junto a tres guardiamarinas.
Cuando el príncipe embarcó en el Juan Sebastián de Elcano, tenía trescientos dieciocho compañeros varones. No había mujeres en esa promoción y, por lo tanto, el espacio de descanso era el mismo para todos. Don Felipe ocupaba la litera 35. Cabe recordar que, al incorporarse las mujeres a la carrera militar en Marín, fue necesario realizar cambios tanto en las academias como, en este caso, en el buque escuela. No hay privilegios, y Leonor Borbón Ortiz ha tenido que asumir las mismas labores que el resto de sus compañeros.
Aseguran que la princesa se ha adaptado mejor que su padre a la disciplina y, sobre todo, a las guardias, que se realizan cada cuatro horas. El príncipe Felipe recibió más de un parte por quedarse dormido, y menos mal que sus compañeros le cubrieron en alguna ocasión. A su favor tenía que estaba acostumbrado a navegar y participar en regatas desde muy pequeño en Palma, una afición que heredó de don Juan Carlos y del conde de Barcelona. Sin embargo, aparentemente, la princesa y la infanta Sofía no han seguido esa tradición.

O quizás sí, en los campamentos de Estados Unidos. Esta posibilidad la confirmó la propia Leonor cuando, en un posado en Marivent, los periodistas le preguntamos si no le gustaba navegar como a su padre. Su respuesta nos sorprendió: “Sí, lo hacemos en el campamento”. No hubo opción de repreguntar, pues la conversación terminó ahí. Su madre cortó cualquier posibilidad de más investigación in situ.
Otro dato curioso que une a padre e hija es la gran expectación que generan sus llegadas a puerto. El príncipe Felipe ocupó portadas de revistas de información general, como Tiempo, donde se detallaba no solo su día a día en el barco, sino también el impacto que causaba entre el sector femenino. En Río de Janeiro, se le atribuyó una novia que no pasó de ser una joven con la que coincidió en la embajada española durante una celebración de Carnaval. A la princesa no le ha tocado esa fiesta, pero, en cambio, su nombre se relacionó hace un par de años con un compañero del internado de Gales, de nacionalidad brasileña.

No hay diferencias entre la rutina que tuvo don Felipe y la que sigue su hija en el barco. Tampoco en la agenda más institucional. En el Elcano, el príncipe era el guardiamarina Borbón Grecia; ahora, la princesa es la guardiamarina Borbón Ortiz. Lo único que cambia es su estatus cuando hay encuentros o actos institucionales en puerto. En Nueva York, el joven príncipe acudió a la Casa Blanca en la época de Ronald Reagan. No hay constancia de que la heredera se reúna con Trump.
Un dato significativo es que el rey Felipe siempre ha destacado lo que significó para él este viaje surcando los mares. Como le dijo a su hija el día que embarcó en el Elcano: “Querida Leonor, esta experiencia quedará, como me pasó a mí (y también a tu abuelo), entre tus mejores recuerdos”.
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