
Monasterio
Llanto en el paraíso "perdido" navarro por la muerte de Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa halló su refugio más íntimo en el monasterio de Leyre, donde el silencio le ofrecía la paz que el mundo le negaba

Cuando Mario Vargas Llosa quería huir del mundanal ruido y de los actos sociales a los que lo llevaba su entonces pareja sentimental, Isabel Preysler, se refugiaba en lo que calificaba como “mi paraíso perdido”. Hoy lloran su muerte en ese destino en el que era querido y admirado.
Nos referimos al monasterio navarro de Leyre, donde el Nobel pasaba unos días cada año para escribir sus novelas. Allí encontraba la paz y el sosiego en una celda en la que se volcaba en la lectura y la escritura.
Mario era feliz en el recogimiento. Se aislaba de todo y de todos. Que se sepa, Isabel nunca lo acompañaba a tan religioso destino.
Su carácter amable y respetuoso, su exquisita conversación y su riqueza cultural le granjearon la amistad de los monjes del recinto, quienes hoy lamentan la pérdida de uno de sus huéspedes más apreciados.

Él se declaraba agnóstico, pero su mediática novia, según cuentan sus amigos, lo acercó de algún modo a la fe. En una ocasión, y refiriéndose a este monasterio, el literato afirmó: “Aquí el silencio es tan intenso, que hasta se le escucha”. Era casi tan intenso como las conversaciones que mantenía con el abad sobre temas relacionados con la religión, la filosofía y la teología.
Ya contamos en otra ocasión que la pasión de Vargas Llosa por los monasterios y la espiritualidad le vino tras empaparse del mundo ancestral a través de la lectura del libro "La montaña de los siete círculos", de Thomas Merton, un sacerdote entregado a la contemplación y la reflexión en el interior de la abadía de Nuestra Señora de Getsemaní, en el estado norteamericano de Kentucky.
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