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Mejor momento personal

El miedo que Patricia Pardo tiene con Christian Gálvez: "Cruzamos los dedos para seguir así"

La presentadora reconoce que está en su momento más suave y luminoso… y precisamente por eso teme que la fortuna sea demasiado perfecta para ser sostenible

Christian Gálvez y Patricia Pardo Gtres

Hay un matiz emocional que las mujeres que han tocado el borde de la catástrofe conocen bien: el miedo a que la felicidad salga volando si la miras demasiado fijamente. Ese miedo a respirar demasiado fuerte. Esa especie de pudor supersticioso. Un pudor que suele aparecer no cuando uno está mal… sino cuando por fin todo cuadra. Patricia Pardo está ahí.

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La periodista gallega vive un presente que no es solo próspero: es redondo. Frente de programa, familia numerosa, bebé en casa, perro nuevo, relación sólida. Parece casi una comedia romántica en temporada 5: esa fase en la que ya ha pasado lo peor y los guionistas escriben sobre lo simple y doméstico -desayunos, mochilas del colegio, risas a la hora del baño- porque lo que sostiene ya no es la trama, sino el vínculo.

Y ella, consciente del imán que tiene la felicidad para atraer meteoritos, prefiere tocar madera: "Cruzamos los dedos para seguir así", dijo en Las Ventas, con un tono que intuía ironía y también filo.

El aterrizaje de Joaquín Prat en la tarde dejó a Pardo al frente de Vamos a ver y la ha colocado en la liga de presentadoras que marcan tono en franja. Es decir: ha ascendido, sí. Pero sin volverse ciega ante los roces de la tele. Lo demostró en directo con Alejandra Rubio: hubo tensión, y la hubo en la zona más tabú de todas —la zona en la que una presentadora, en plena emisión, tiene que gestionar órdenes que le entran por pinganillo mientras, simultáneamente, está midiendo el frame emocional con el colaborador que tiene enfrente. Luego hablaron, se explicaron, y Pardo lo dejó claro: quiere "buen ambiente, fluidez y cariño".

En su casa, equilibra tres mundos: dos niñas, un niño, y ahora Meiga, la caniche. Y es muy claro lo que más la obsesiona ahora mismo: la diferencia entre la maternidad que vivió en su primera etapa y esta segunda, adulta, asentada, sin la urgencia hormonal de los treinta.

Y ahí, precisamente ahí, aparece el motivo verdadero de su vértigo: no teme nada en concreto. No teme a nadie. No teme que se rompa. Teme lo invisible: teme que el destino, por pura estadística, reclame un peaje. "Ojalá podamos seguir así", repite. Se lo dice a sí misma y se lo dice al periodista que le sostiene el micro.

Esa noche, Patricia comparte alfombra con Ana Rosa Quintana y Cristina Tárrega. Gris y negro. Pero ella brilla. Se atreve a repetir traje y, al hacerlo, lanza un mensaje casi político para su ecosistema profesional: no siempre hay que estrenar para estrenar.

Quizá, al final, lo que Pardo teme es que tanta coherencia sea demasiado buena. Por eso cruza los dedos. Porque cuando algo por fin tiene sentido… da miedo perderlo.