Opinión

¡Qué cuajo, Mario Vargas Llosa!

El Nobel recicla el libro escrito en Villa Meona y se lo dedica con ese visceral y sentidísimo «A Patricia», su exmujer

Mario Vargas Llosa
Mario Vargas LlosaGtres

Si yo fuera Patricia Llosa y mi primo, y recién recuperado marido, Mario Vargas Llosa, me dedicase su último libro, le dejaba. No porque me lo dedicase, con esa prosa virtuosa que le facilita escribir algo tan sentido y elaborado, tan sofisticado, como «A Patricia» (la piel de gallina, miren), sino porque el libro lo escribió mientras estaba todavía con la mujer por la que me dejó. Vale que me dejes, Mario, justo después de celebrar nuestras bodas de oro. Vale que lo hagas para irte con una Isabel Preysler recién enviudada de Miguel Boyer. Vale que pasees ese amor crepuscular por todas las portadas de las revistas del corazón y hasta que aparezcas en el reality show de Tamara Falcó de Netflix. Que te dé a los ochenta por las fiestas y las recepciones, por todo lo que no te había dado nunca antes. Que a mí casi ni me sacabas. Pero el colmo ya es que cuando vuelvas, porque ibas a volver y has vuelto, que ya lo sabía yo, me dediques un libro escrito mientras estabas con la otra. Porque a alguien se lo tienes que dedicar y ahora ya no se lo vas a dedicar a ella. Por ahí sí que no paso. Mejor no me lo dediques, primo. Un respeto.

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler
Mario Vargas Llosa e Isabel PreyslerGtres

El libro, encima, se titula «Le dedico mi silencio». Que parece que el silencio se lo dedique a Isabel, de la que no ha hablado mucho desde que lo dejaron, y, a Patricia, le dedica la dedicatoria. El libro, dicen, no es autobiográfico y no va de cuernos seniles ni reconciliaciones postreras. Parece que va de música criolla. Pero ojo a las letras de las canciones criollas. Déjame que te cuente, limeño, que lo mismo entre canción y canción, letra y letra de sentimiento loco latino, va y viene una indirecta. Indirecta a saber para quién.

Como para fiarte de alguien que después de cincuenta años, primo hermano y con hijos, te deja por la reina del alicatado (y del photoshop, y de la cirugía estética) y que, luego, recicla el libro escrito en Villa Meona y te lo dedica con ese visceral y sentidísimo «A Patricia». A Patricia, dice. Ni con cariño ni nada. Qué cuajo, Mario.