
Entrevista
Samantha Vallejo-Nágera, tres décadas a fuego lento
Del sushi en los 90 al fenómeno MasterChef, la chef y empresaria analiza su éxito

Cuando Samantha Vallejo-Nágera (Madrid, 1969) entró por primera vez en una cocina profesional, lo hizo en el mítico restaurante Horcher. Desde entonces, han pasado más de tres décadas en las que ha sido testigo (y protagonista) de la revolución gastronómica española. «Lo fascinante de la hostelería es que no dejas de aprender», explica. «Todos los días hay algo nuevo. Es una evolución constante».
Y esa evolución no solo ha sido profesional. Ella también ha crecido con su proyecto. «Antes no había tantas escuelas de cocina. Yo me formé en Lyon, y éramos como conejillos de indias de nuestras propias empresas. Pero creo que somos muy valientes. Yo, personalmente, he disfrutado muchísimo y sigo haciéndolo».
Hablar de Samantha es hablar de eventos memorables. En su empresa de catering, Samantha de España, se han servido platos para reyes, estrellas internacionales y celebraciones que quedan en la historia de quienes las vivieron. Aunque la chef mantiene la confidencialidad como uno de sus sellos, recuerda con una sonrisa la vez que introdujo el sushi en un catering en 1995, cuando nadie lo hacía en Madrid. David Beckham, Cristiano Ronaldo, Alejandro Sanz, y hasta los Reyes. La lista de comensales célebres podría ocupar un menú entero, pero la chef prefiere hablar de logros, no de nombres. «Cocinar para grandes fiestas ha sido algo constante en Samantha de España. Pero la discreción es parte del éxito».
Tras más de 30 años de carrera, uno se pregunta cómo se mantiene viva la llama. «Tengo mucha energía y mucha pasión, no sé muy bien por qué. Pero el sector ha evolucionado muchísimo, y eso me entusiasma. Cada menú es un plan distinto, un nuevo reto».

Y no ha sido fácil. Conciliar un negocio de alta exigencia con la maternidad de cuatro hijos ha requerido una logística milimétrica. «Recuerdo volver a casa en moto a las cuatro de la mañana y levantarme a las ocho. Tener un buen equipo ha sido clave. Siempre he intentado ser buena jefa. Mi equipo es mi vida».
La cocina le viene de cuna. Su madre, una figura omnipresente en su formación, le enseñó el arte de recibir, de combinar flores con platos, de hacer del hogar un lugar donde siempre huele bien. «Sin darme cuenta desarrollé una pasión viendo a mi madre en casa, rodeada de belleza, de orden, de detalle».
En Lyon aprendió la disciplina. «La cocina francesa es estricta y seria. Pero además de técnicas, aprendí a dirigir equipos. A ser líder. A resistir el agotamiento. Todo eso lo tengo muy presente hoy». Aquella formación temprana le enseñó que la cocina no es solo cuestión de talento, sino también de resistencia, de orden y de carácter. Y eso, asegura, es tan importante como una buena receta.
En su casa, trabajo y familia no compiten: conviven. «Mis hijos han visto siempre que he trabajado. Les he enseñado que trabajar llena el tiempo de vida. Incluso Roscón trabaja de camarero y varios de sus amigos también lo hacen en Casa Taberna, en la segoviana Pedraza». Para ella, lo importante no es solo el oficio, sino el ejemplo. «Hay que motivar a los hijos a que hagan cosas, a que aprendan a ganarse la vida, a no tener miedo del esfuerzo».
El equilibrio entre lo personal y lo profesional ha sido una constante. «Las madres tenemos que aprender a salir y entrar, a sincronizar. Yo siempre me he ocupado de mis hijos con tiempo de calidad. Aunque esté corriendo todo el día, cuando estoy, estoy». Es un mantra que repite y aplica. Y aunque el ritmo ha sido frenético, asegura que nunca ha sentido que renunciaba a nada: solo que tenía que reorganizarlo todo cada día.
La alegría se cocina
Y más allá del trabajo, hay valores. «Deporte, alimentación sana, cuidar a la familia, a los amigos, y disfrutar la vida cada día. Nada de eso se improvisa. Hay que ponerlo en práctica». En su día a día no faltan madrugones, planificación, comidas en familia cuando se puede, y muchas risas. Porque, dice, la alegría también se cocina.
Actualmente, su energía se reparte entre el catering, la televisión y su proyecto más personal, Casa Taberna. Este último, un restaurante con encanto en Pedraza, es el espacio donde más libertad siente. «Casa Taberna es otra cosa, otro ritmo, otro tipo de cocina. Me conecta con lo esencial».
¿Y el futuro? «Quiero viajar, pasarlo bien, y disfrutar de mis hijos antes de que se vayan de casa», confiesa. Pero también le gustaría seguir creando, explorando nuevas fórmulas de hospitalidad, mezclando su amor por la gastronomía con el diseño, los espacios únicos y las experiencias memorables.
El fenómeno MasterChef ha sido otro antes y después. «Llevar 13 años en un programa así es un orgullo. Es mucho trabajo, pero tiene sentido y recompensa. Es como el lazo que envuelve mi vida profesional. Me ha dado visibilidad, pero también me ha exigido mucho más rigor». La televisión le ha enseñado a comunicar, a llegar a públicos muy distintos, a explicar con claridad lo que muchas veces solo se transmite con sabor.
Además de entretenimiento, MasterChef ha servido de plataforma cultural. «La gente siente que el programa forma parte de su vida. Ha acercado la cocina a todos los hogares, y eso es lo más bonito», asegura. En tiempos de inmediatez y pantallas, lograr que familias enteras se reúnan frente al televisor para ver cómo se elabora un buen plato es, para ella, un pequeño milagro moderno.
Vitalidad contagiosa
No sabe vivir despacio. «Me encanta estar a tope y estar feliz. Es fundamental comer bien, cuidar de ti mismo. Me da adrenalina sentir que hago muchas cosas y las hago con pasión». Su vitalidad es contagiosa. Corre de un rodaje a un evento, de una reunión de producción a la cocina de Pedraza, siempre con una sonrisa. Porque para ella, la gastronomía no es una rutina: es una forma de vivir. Cuando se le pide resumir qué significa ser chef no duda: «Liderazgo, sabor y estética». Una mezcla que refleja no solo lo que pone en sus platos, sino lo que transmite en cada proyecto. Porque si algo ha aprendido en tres décadas de gastronomía es que la vida, como una buena receta, se cuece con tiempo, pasión y muchas ganas de seguir sorprendiendo.
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