
Dolor
El suicidio de Virginia Giuffre deja sin paz al príncipe Andrés
Su muerte lleva la mancha imborrable de la vileza de quienes abusaron de ella cuando aún era menor de edad

La vida de Virginia Giuffre, entendida desde la dignidad que merecía su cuerpo y desde la voluntad de obrar sin la presión de un tirano pedófilo, empezó a resultarle miserable a los 17 años, cuando, trabajando como asistente de vestuario en el resort Mar-a-Lago de Donald Trump, la socialité Ghislaine Maxwellle propuso trabajar como masajista para Jeffrey Epstein, el delincuente sexual estadounidense condenado en 2008 por tráfico sexual con menores de edad.
En 2019, el magnate se suicidó en la prisión de Manhattan donde estaba recluido. El sábado fue Virginia quien se quitó la vida en su granja australiana. Murió de pie, como «una guerrera feroz que dio voz a las víctimas silenciadas», según ha expresado la familia. Con su decisión personifica un desgarro que trasciende el que pudieron dejar en su cuerpo los abusos, unos recuerdos que volvían machaconamente a la memoria, cada vez más nítidos.
No encontró justicia
Virginia tenía 41 años. Después de su incansable búsqueda de justicia por lo que consideraba «crímenes» cometidos contra ella por el pedófilo convicto Epstein y los abusos por los que denunció al príncipe Andrés de Inglaterra, se convirtió en implacable defensora de las víctimas de abuso sexual, enfrentándose a ricos y poderosos. «Fue al sostener a su hija recién nacida en brazos cuando Virginia se dio cuenta de que tenía que luchar contra quienes habían abusado de ella y de tantos otros», ha escrito la familia en un comunicado.
La batalla legal por las acusaciones contra el hermano del rey Carlos culminaron en un acuerdo millonario extrajudicial. El príncipe negó cualquier delito, a pesar de las pruebas delatoras y del señalamiento del propio Epstein con detalles muy explícitos. Ningún miembro de la realeza británica se excusó. Ni el dinero, ni el daño a su reputación provocado por el caso, ni el alejamiento de la primera línea de la Corona podían repararle el dolor ocasionado.

También la imagen pública del príncipe Andrés habría sido irreparable de por vida, a pesar del tiempo y del silencio de la Corona. Pero el suicidio de Virginia expande una nueva mancha sobre su figura que lleva bien impregnada la marca de la vileza. Dicen la abogada, Sigrid McCawley, y sus seres queridos que, a pesar de todas las adversidades que enfrentó, Virginia «brilló con una fuerza inconmensurable». Al mismo tiempo, reconocen que «el sufrimiento fue tan grande que se volvió insoportable».
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