Casas reales
La Reina Beatriz, ante el dilema de mantener con vida a su hijo
Tras abdicar, la todavía reina de Holanda tendrá que superar el mayor dolor vida: ver cómo su hijo Friso permanece en coma en un hospital desde que hace un año sufriera un accidente en la nieve
Cuando la reina Beatriz de Holanda anunció esta semana que abdicaba para dejar el trono al príncipe Guillermo, las cámaras mostraron el rostro de una mujer serena.
Cuando la reina Beatriz de Holanda anunció esta semana que abdicaba para dejar el trono en manos del príncipe Guillermo, las cámaras mostraron el rostro de una mujer serena, segura de sí misma, tranquila. Se trataba de la imagen de una soberana que, por última vez, se dirigía a su pueblo con la satisfacción del deber cumplido. Lo que nadie sabe es que en su interior alberga la gran angustia por la etapa que ahora comienza. Una etapa que la hará tomar la decisión más importante de su vida. Y es que,ninguna madre tendría que asistir nunca al entierro de su hijo. Y ninguna mujer tendría tampoco que afrontar el terrible dilema de apagar o dejar encendida la máquina que le mantiene enganchado a un fino hilo de vida.
A sus 75 años, Beatriz deja la corona para dedicarse en cuerpo y alma al papel de madre. Su sitio ahora ya no está en Palacio, sino en Londres, a los pies de la cama de una habitación del Wellington Hospital, donde su hijo lucha por salir de un coma que dura ya un año. El príncipe Friso tenía una vida perfecta. Trabajaba como director financiero de una empresa británica de combustible nuclear. Tenía una esposa bella con la que se casó por amor y dos hijas a las que desde pequeñas inculcó su pasión por el esquí. Lo que no nadie sabía es que la nieve se acabaría convirtiendo en una tumba blanca para él.
Febrero de 2012. La familia se había cogido unos días de descanso en Austria. El príncipe estaba esquiando fuera de pista en la estación de Lech con un amigo de la infancia. Todo pasó muy deprisa. Antes de darse cuenta, una avalancha le engulló. Llevaba GPS, pero tardaron 20 minutos en rescatarle de una losa de nieve de 30 metros de ancho por 40 de alto. En el hospital de Innsbruck tardaron cerca de una hora en reanimarle. Las máquinas lograron que sus pulmones comenzaran de nuevo a respirar. Pero su cerebro había quedado fuertemente dañado. Cuando la reina se reunió con los médicos, éstos le dijeron que no había muchas posibilidades de que algún día volviera a abrir los ojos. La noticia causó gran conmoción en el país de los tulipanes. «Si el príncipe muere –y esperamos que esto no pase– Holanda se enfrentará a escenas tan desgarradoras como las que se vivieron en el Reino Unido con la muerte de Lady Diana», vaticinaron los rotativos.
Renuncia a la sucesión
Friso siempre fue el más popular y el más querido de los tres príncipes holandeses. Académicamente también fue el que más destacó en la escuela VCL en La Haya. Se licenció en finanzas, trabajó durante un tiempo para Goldman Sachs y consiguió impulsar de manera considerable la fortuna de la familia real. Desde que se había trasladado Kew, al oeste de Londres, con su mujer y sus hijas, Luana, de 7 años, y Zaria, de 6, no se había dejado ver apenas en actos oficiales. Aunque tampoco tenía ya la obligación de hacerlo porque cuando se casó con Mabel Wisse Smit, en 2004, tuvo que renunciar a su derecho al trono y al lugar que ocupaba en la línea de sucesión encabezada por su hermano mayor, Guillermo. En Holanda, las leyes dictan que los miembros de la realeza necesitan el permiso del Parlamento para casarse y el entonces primer ministro Jan Peter Balkenende se negó a dar su beneplácito a aquel enlace. El gobierno se sintió burlado al enterarse de que el pasado de Mabel no era del todo «limpio», ya que había mantenido, bastantes años atrás, una relación sentimental con Klaas Bruinsmaa, un mafioso personaje asesinado a balazos en la puerta del Hotel Ritz de Ámsterdam, el 27 de junio de 1991, en un ajuste de cuentas. Se lo conocía como «el padrino del crimen».
El pasado mes de abril, cuando Frits Hoekstra, antiguo agente secreto, publicó sus memorias, también se dijo que podría haber trabajado en su juventud como espía para el Servicio de Inteligencia holandés. Pero ella se mantiene ajena a cualquier polémica. Ha aparcado su intachable currículum profesional con organismos internacionales para acudir cada día al hospital. En el breve instante que le permiten permanecer al lado de su marido le habla, le coge la mano y le describe cómo será el momento en que sus dos hijas vuelvan a recibir sus abrazos. Mabel mantiene una relación muy especial con la reina y a pesar de su pasado el pueblo la adora. Es más, la boda tan sólo hizo aumentar la devoción de los holandeses por Friso. Aunque éste dejó de ser príncipe en cuanto pronunció el «sí quiero», para su familia seguía siendo indispensable. Un pilar, al fin y al cabo, que al caer, ha dejado a todos sin rumbo. Incluida a su madre. La monarca siempre había manejado los asuntos familiares con mano de hierro.
Pero la entereza la abandona cada fin de semana cuando, con la máxima discreción, viaja hasta Londres. La decisión de ingresarle en la capital británica fue un arma de doble filo. Londres era donde estaba su residencia oficial. Se encontraban su mujer y sus hijas y también los mejores expertos recomendados para estos casos extremos. Pero también existe una normativa que nada tiene que ver con la de Holanda, el primer país del mundo que permite desde 2002, por ley, la eutanasia.Y es entonces cuando surge el dilema: ¿debería la monarca trasladar a su país a su hijo? ¿Debería actuar como madre o como reina de un país donde una comisión gubernamental acaba de proponer terminar con los tratamientos caros en situaciones extremas para hacer frente a la crisis económica? De momento, Beatriz no sólo se aferra a sus creencias religiosas –como cristiana protestante, rechaza la interrupción artificial de la vida–, sino que, como madre, también se agarra a cualquier hilo de esperanza.
✕
Accede a tu cuenta para comentar