Jesús Mariñas
Los del Río cantan a Rocío Jurado
Sevilla tiene un color especial. Hay que visitarla en primavera, para no asfixiarse. En verano, el calor resulta aplastante y obliga a huir hacia playas no tan cercanas: si acaso Matalascañas–donde solían broncearse Nati y Ana María Abascal–, Marbella o Chipiona, donde parece que nunca abrirán el Museo Rocío Jurado, ahora con obras interrumpidas. «Nada advierte de que allí se construya un Guggenheim gaditano», comentan algunos, siendo conocedores del trasfondo económico-político que tiene. Con Amador Mohedano como figura representativa, aunque ahora merecidamente lo tambaleen su aún esposa, Rosa Benito, y su hija Chayo, que piensa que cantar es sinónimo de gritar. Destrozó «El relicario» en el homenaje que María Teresa Campos dio a la eterna Sara Montiel.
Pero ayer Sevilla se vistió para el bodón de Fernando de Solís, hijo mayor de Carmen Tello, a quien el uniforme rojo de botones dorados que lucen los maestrantes hacía levantar suspiros, especialmente a Eva, su ya esposa y futura marquesa, «que tiene los ojos verdes más bonitos que he visto nunca», tal y como reconocía el maquillador Juan Pedro, que podría pintar en Hollywood porque mano le sobra, le faltan ganas aposentado en Sevilla, donde nada más llegar te asombra la monstruosidad de la altísima Torre Pelli plantada en mitad de La Cartuja. Lástima de ciudad, que fue mágica y podría dejar de ser Patrimonio de la Humanidad. Le dije al alcalde Zoido lo que pensaba y recibí una respuesta política: «Ya estaba ahí cuando llegué, no voy a tirar el rascacielos», y ante Javier Arenas le repliqué que debería pensárselo.
Fue suficiente el gesto senequista del gran Curro Romero, enhiesto a punto de los 80, aunque mantiene el empaque de sus mejores años. Llegó cuando todavía se celebraba la boda anterior para que nadie lo viese «y salí el último para no llamar la atención, no me gusta la bulla», sonrió tierno ante José Manuel Lara. Bromeó con Pepe Gandía sobre el cáncer que ya es historia y sobre los 53 kilos que perdió: «Antes entraba en el ascensor con una señora y ahora lo hago solo». Se apoyaba en un bastón con puño de plata, con la firmeza irónica de siempre. Su esposa, Consuelo, marquesa de El Pedroso, deslumbró con un vestido en fuertes tonos azules.
Alfonso Díez hizo apartes con Manuel Colonques, que le anticipó cómo será su tienda del neoyorquino Times Square que diseñará Foster, y que podría arreglar el desaguisado de la capital andaluza que levantó suspiros a un Arenas cuatro kilos más delgado de cara al verano. El duque de Alba, con corbata de lunares, saludó y no cenó «porque me espera Cayetana. Le ha costado resignarse a la inmovilidad», aseguró mientras Los del Río estrenaban «Y se llamaba Rocío», una canción homenaje. Puede suponer otro gran éxito como la «Macarena», bien como seguidilla o como pasodoble que deben cantar en el estilo de Juanita Reina. Agradecimos la primicia, igual que esa cena monumental. Gregorio Marañón pasmado del barroquismo de El Salvador en un palacio como de leyenda que logró un exquisito ambiente que sólo se consigue y se cultiva en Sevilla.
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