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Los exquisitos

La Razón
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No son pocos, entre los que se lo creen y aquellos que quieren seguirles. Se caracterizan por elegir como «el no va más» propuestas culturales que resulten incomprensibles para la mayoría aunque también lo sean para ellos.

Les da igual que el contenido real sea un bodrio, lo único que les importa es que les permita diferenciarse del resto de una humanidad a la que consideran inferior y entre la que quieren sólo unos pocos adeptos, ya que no les gustaría que ésta compartiese sus opiniones. Se habría acabado su pose intelectual y, en muchos casos, su modo de vida. Se nutren eligiendo entre ellos mismos los nombres que han de ser sus paladines.

La mayoría pertenecen a esa intelectualidad de izquierdas para la cual sólo vale lo suyo, no sólo en lo cultural, lo económico o lo político, sino en cualquier rama de la vida.

Se dan en la música: creadores, gestores, críticos y público. Hay creadores y gestores que convierten su trabajo en una permanente forma de provocación y escándalo que esconda la auténtica vacuidad intelectual de sus propuestas, aunque ellos alardeen de su profundidad.

Se creen unos mesías. Tarde o temprano acaban por caer, pero lo hacen poco a poco gracias al colchón de sus congéneres, seguidores y unos cuantos que han sido engañados pero que, aun sabiéndolo, les siguen apoyando para no asumir el ridículo y la responsabilidad de una mala decisión.

De ahí que vayan pasando de un sitio a otro, incluso en aparentes ascensos que no son sino patadas hacia arriba. Siempre encuentran algún incauto en apuros a quien adoctrinar. Su pecado es el engaño al arte que dicen defender.

Hay críticos que se convierten en sus fervorosos paladines, profesen o no realmente su fe, porque les viene bien la falsa identificación de exquisitez como forma de barnizar el consciente provincianismo que llevan en su interior. Su pecado es el engaño a sus lectores.

Existe un público que, siendo ignorante y teniendo derecho a ello, no quiere reconocerlo. Por eso aguantan estoicamente, mirando el reloj o tosiendo, las bazofias que desfilan por ojos y oídos y las aplauden para simularse incorporados a la élite de la exquisitez. Su pecado es renunciar a su propio yo. Seguro que ustedes, como yo, conocen a más de uno en cada categoría. Basta mirar alrededor.