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Ucrania

Vida destino y censura

David Grossman vivió el horror de Stalingrado y lo narró en forma de magistral crónica. «Por una causa justa» nos acerca de nuevo a este autor imprescindible. 

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Aparte de ser censurado y represaliado en su labor como escritor bajo el imperio del terror estalinista, Vasili Grossman fue el primer escritor que entró en el campo de concentración de Treblinka en septiembre de 1944; en realidad, su vida parece simbolizar como pocas el terrible curso del pasado siglo, según su confesión, «la época más terrible y decisiva en la historia de la humanidad».

Su artículo «El infierno de Treblinka», escrito en 1944, sirvió de hecho como decisiva prueba en el Proceso de Nuremberg. Fue este coraje el que le llevó a dirigir, junto con Ilya Ehrenburg, la redacción de un «libro negro» sobre el exterminio de los judíos por los invasores alemanes en las regiones de la URSS ocupadas. Como él mismo escribió en una carta a Ehrenburg acerca de dicho «libro», Grossman sentía que su obligación moral como escritor era hablar en nombre de los muertos, «en nombre de los que yacen en la tierra».

Posiblemente no cabe mejor resumen de «Por una causa justa», publicada en 1952 al terminar la guerra. Grossman describe el momento de la llegada de los nazis a Stalingrado el 22 de junio de 1941, experiencia que le interpela profundamente: participa en la guerra como corresponsal de «Estrella Roja», el periódico del ejército más prestigioso del momento. En 1943, apenas derrotados los nazis en esa ciudad, empieza a escribir la novela, que lleva en un primer momento el nombre de «Stalingrado», a la que la censura le obliga a cambiarlo, por lo que termina titulándose «Por una causa justa». Tras pasar por innumerables problemas, en 1953, la revista «Comunista» la ataca «por deformar la imagen del mundo soviético».

Cuando escribe esta novela, Grossman es un hombre literalmente derrumbado por terribles acontecimientos: su hijo acaba de morir en el frente y su madre, asesinada en el gueto. Por si fuera poco, no había sido admitido como recluta tras haberse presentado como voluntario. Cabe señalar que la posibilidad de cubrir como reportero lo que ocurría en el frente para publicarlo le salvó de la crisis personal en la que cayó cuando le rechazaron como soldado.

Una verdad despiadada
Grossman, desde luego, no escatima detalles sombríos para presentar lo que llamaba la «despiadada verdad de la guerra». Al igual que en «Vida y destino» sigue revelándose como un observador apasionado de la realidad. Su prosa atrapa las tripas del lector, es ajena a toda retórica: desgarradora, brutal en ciertos momentos, intensa siempre y repleta de sabrosas digresiones. Como es conocido además, «Por una causa justa» fue concebida como la primera parte de «Vida y destino», la novela que, tras múltiples peripecias, y con toda justicia, le llevaría a su autor al justo reconocimiento que le fue negado en vida.

Muchos personajes se anticipan de hecho aquí. En realidad, puede decirse que ambas obras componen un único fresco monumental desplegado ante la mirada de un espectador, siempre conmovido, que pasa revista a todos los matices existentes entre la más absoluta crueldad y la más esperanzadora bondad.

Si las historias cruzadas descritas en «Vida y destino», calificada por muchos como el «Guerra y paz» del siglo XX, se desarrollan básicamente a lo largo de los cinco meses de 1942 que van de lo más virulento del cerco alemán sobre Stalingrado a la contraofensiva soviética, «Por una causa justa» narra los avances de los nazis (o, como Grossman prefería decir, a tenor de su «internacionalismo», los «soldados de Hitler») a través de Ucrania. Como en sus novelas «Vida y destino» y «Todo fluye», en «Por una causa justa» toda la habilidad de Grossmann para lograr que la narración nunca decaiga reside en un depurado arte de la digresión y una capacidad excepcional para describir psicológicamente a sus personajes en situaciones excepcionales.

Es aquí donde la atención a lo singular cobra densidad sociológica, como si en todos los personajes Grossman buscara llevar a cabo una tipología de la sociedad soviética. El novelista sentía una peculiar fascinación por la jerga militar y le gustaba evocar fragmentos reales de sus conversaciones en el frente. Esta descripción que no escatima dureza respecto a los del propio bando le granjeó no pocas críticas entre los suyos.

La fascinante jerga militar
El libro, un fresco extraordinario en el que se intercala la escala humana y la histórica, el microscopio psicológico y la elevada perspectiva de la atalaya del historiador, ahonda en el sentido de la condición humana ante el envite de acontecimientos extraordinarios. Vasili Grossman no sólo se interesa por los modos en los que la experiencia límite autentifica la experiencia humana y extrae lo peor y lo mejor de cada uno, sino por su maravillosa fragilidad.

A lo largo de estas casi 1.100 páginas se atreve a pintar un retrato en el que el destino del individuo adquiere una extraña dignidad. Sorprende la penetrante mirada del autor hacia el detalle, su amor por esas briznas de carne y hueso sacudidas por el torbellino de las ideologías de la Historia y ansiosas de libertad. Tal vez sea aquí donde la lección de Chéjov aparece renovada bajo la luz de la guerra.

Sobre el autor: Cronista insuperable del terror del siglo XX, Grossman fue represaliado por la censura de Stalin. Ideal para... lectores interesados en los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Un defecto: A veces, el uso de la digresión, que, en otros momentos, se revela como elemento necesario de la novela. Una virtud: Además de la penetración psicológica que domina, su peculiar acercamiento a la batalla de Leningrado. Puntuación: 9