Historia

Historia

Una forma de toser

La Razón
La RazónLa Razón

Quienes me conocen saben que a pesar de haber luchado mucho por salir adelante, en realidad jamás he movido un dedo en mi favor. En casi cuarenta años de periodismo he hecho casi de todo desde el día ya lejano en el que me estrené llenando cada noche de agua el botijo con el que apagaban de madrugada su sed los muchachos de la rotativa. A los pocos días de estrenarme como periodista en «El Correo Gallego», me di cuenta de que me había enrolado en un dudoso negocio en el que sólo podría tener la completa seguridad de que el dinero no me deformaría en absoluto los bolsillos. Había sido periodista mi abuelo y lo eran mi padre y mi tío, de modo que me pareció la cosa más natural del mundo dedicarme a un oficio en el que me podría permitir el ejercicio de un trabajo digno sin verme obligado a llevar al mismo tiempo una vida decente. En un país en el que incluso atrasaban las prisas, el periódico era lo único que salía tarde para llegar a tiempo. En aquella redacción había tanto humo, que si querías ser original no te quedaba más remedio que coger el vicio de no fumar. Supe entonces que además de una forma de ser, el periodismo era una manera de toser. Únicamente en algunas minas de carbón era más insalubre el trabajo y sólo en algunos cementerios era menor la esperanza de vida. En aquella redacción llena de veteranos yo era sólo un muchacho flaco, entusiasta y soñador que se tomó aquello como un sacerdocio hasta que a los pocos meses descubrí que lo que me pagaban cada mes por tanto sacrificio me alcanzaba apenas para envidiar a los mendigos. Paraba tan poco en casa, que el hecho de que mi mujer quedase embarazada lo consideré un prodigio de puntería. Una madrugada un vecino me vio metiendo la llave en la cerradura de mi piso, corrió al teléfono y aviso a la Policía de que había un extraño intentando forzar una vivienda. Ahora ya no tiene remedio, pero recuerdo con amargura que la primera vez que quise darle el biberón a mi hija, había pasado demasiado tiempo, la cría había vuelto del colegio y tenía un tenedor en la mano; fue una suerte que no estuviese casada.. Pero yo era periodista. Y eso significaba que mi matrimonio estaba condenado al fracaso, no porque yo fuese un mal tipo, sino, lisa y llanamente, porque me había cebado en un oficio en el que no encuentras en toda la ciudad una sola calle que pase a tiempo por la tuya.