Historia

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Análisis Nueva vida por Javier Urra

La Razón
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l ¿Cómo se enfrenta un político al fin de su carrera?
–Hay dos tipos de personas, las que sienten apego por el poder y por el cargo, y las que no. Hay otros, como Zapatero, que no tendrán problema en volver a la vida tranquila; y luego están los que, como Felipe González, llevan peor lo de la vida sencilla, callada y alejada de los focos.
l ¿Es saludable dedicar tanto tiempo a la política?
–Algunos son adictos al poder, están enganchados a su cargo, y necesitan el reconocimiento social y el aplauso. Se vuelven dependientes, y eso nunca es bueno. La gente se agobia porque, de repente, ya no suena el teléfono. Las sensaciones de soledad e inutilidad son muy frecuentes.
l ¿Cómo podría llevarse adecuadamente la retirada de un puesto de poder?
–Lo importante es no haber dejado la propia vida atrás. Hay quien sabe vivir lejos de los focos y quien no, pero hay que tener una profesión aparte, un lugar al que volver. De igual forma, las amistades no pueden cambiar según sea el cargo. Eso no contribuye a la salud mental. Es aterrador que exista gente que haya nacido en un coche oficial.
l ¿Deja la política una huella muy profunda en la personalidad?
–Por supuesto, pero además no es lo mismo irse que que te echen, notar que te dan la espalda, sentirse impotente y arrastrado por una situación global... Todo hombre tiene necesidades, y el poder es una de ellas. La sociedad es muy crítica con los políticos, mientras que ellos creen que es su deber estar ahí y que desempeñan una gran labor.
l Si el trabajo es vocacional, ¿se lleva peor el cese?
–La gente se hace un nombre y sigue trabajando porque ama su profesión, no por dinero ni por reconocimiento. Pero si se vuelve una forma de vida, luego uno no sabe a dónde volver.