Almería
Víctimas del «papeles para todos»
La inmigración recoge historias de sueños perseguidos, algunos que se cumplen y otros que se resquebrajan. Y en nuestro país lo sabemos bien. Según el baremo de Eurostat publicado esta semana, el porcentaje de la población extranjera es del 12,3 por ciento, cifra sólo superada por Luxemburgo (43,5), Letonia (17,9), Chipre (16,1) y Estonia (16). Con crisis o sin crisis, España sigue multiplicando su población extranjera. Ahora bien, ¿les merece la pena a los inmigrantes en un momento como el actual? ¿O más que la escasez de dinero lo que les duele es la abundancia de prejuicios?
«Parece que todos los rumanos hemos invadido España... Lo siento muchísimo. Habría que poner límites. ¡No cabemos más!», asegura Ana, que llegó allá por el 2000. Los rumanos son el colectivo de inmigración más numeroso, con 700.000 censados. Ana, de 50 años, llegó a España por la penosa situación económica de su país. Trabajaba en un laboratorio de física que vió reducida su plantilla. Empezó compartiendo piso con siete personas y trabajando de asistenta. Logró montar un negocio de esteticista, pero lo perdió en 2008 al no conseguir a tiempo la licencia. Se esfumaron cerca de 30.000 euros y hoy está en paro. «La crisis ha afectado a todos, pero nosotros somos más vulnerables, afirma.
Otra cara de la moneda es la de su compatriota Costi Fortan, de 33 años. Sus inicios fueron duros, cuando llegó en 2003 junto a su mujer. Tardó 2 años en regularizar su situación. «Para trabajar hacía falta tener la residencia, y al revés», recuerda. Pero lo tiene claro: «A veces las crisis nos la montamos en nuestra cabeza». ¿Conclusión? Su experiencia trabajando en las obras le sirvió para crear su empresa, que brinda asesoramiento a constructoras españolas que se establecen en Rumanía. «Es como explicarles: "Así se trabaja allí"», dice.
Del «papeles para todos» atribuido al Gobierno socialista en 2004 se ha pasado a favorecer el retorno de los inmigrantes. Muy pocos vuelven:12.000 desde finales de 2008, un 10 por ciento de lo esperado. «La política de retorno ha sido un fracaso», dice Sergio Barciela, del equipo de inmigración de Cáritas. Con estas políticas, el inmigrante se compromete a no regresar en 3 años, prescindiendo de sus derechos adquiridos. Pero «muchos vuelven a su país de origen con un billete comprado y así no pierden esos derechos». Luego, según vean la situación, se piensan si regresan o no.
Entre los más perjudicados
Un 40 por ciento de la población que atiende Cáritas es inmigrante. «Algunos ya tenían trabajo y no demandaban nuestros servicios, pero ahora han regresado», afirma Barciela. La precariedad laboral ha afectado en un 60 por ciento a los extranjeros. Y la crisis ha golpeado especialmente a la construcción, restauración y servicio doméstico, sectores que recurrían a mano de obra extranjera. ¿Conclusión? Nuestro país optaba por trabajadores en situación de precariedad y era como un «elefante con pies de barro». Así llegamos a 4 millones de parados en un período muy breve de tiempo, con el colectivo extranjero como uno de los más perjudicados.
Prueba de ello es Renzo, peruano que lleva 17 años en España. Casado y con tres niños, se ha quedado en paro tras nueve años trabajando. Si olvidamos una paliza que le dio un grupo de neonazis cuando llegó a nuestro país –«me dieron duro, aunque me defendí», dice–, ahora podría decir que vive su peor momento. La constructora en la que trabajaba quebró, el dueño desapareció y Renzo se quedó sin cobrar. «Al principio, los extranjeros notábamos más la crisis, pero ahora los españoles la sufren también», afirma.
También ha notado la carestía Elhadji, senegalés musulmán de 54 años que vive en Almería. Divorciado y con dos hijos, trabaja de vendedor ambulante como autónomo. «Las ventas han bajado un 60 por ciento», se lamenta. ¿En qué le repercute especialmente? «En el dinero que mando a mi familia en Senegal», dice. Un dato al respecto: el dinero enviado por los inmigrantes a sus países aumentó en 2010 en 10 millones de euros hasta alcanzar los 1.660, dicen en Cáritas. Una prueba de que los inmigrantes no se van, pues «tienen vocación de permanencia».
«La experiencia me ha enriquecido mucho, sí. Pero si hubiera sabido el precio, quizá no me habría ido», afirma Ana, que «lleva a España en el corazón allá donde va». Hablamos de la lucha contra los prejuicios: «La gente culta no los tiene. Sólo la gente frustrada, que no avanza, y para los que es más fácil decir que no tienen nada por culpa de los inmigrantes. Los que critican son gente vaga». Pero también afirma que «yo expulsaría a los inmigrantes que roban y hacen cosas malas», aunque con serenidad «para no caer en el racismo». ¿Prejuicios? Puede haberlos, pero sólo en las personas de 50, 60, 70 años... La juventud tiene otra mentalidad», asegura Renzo. Y aunque sí se ha planteado regresar a Perú, no será hasta dentro de mucho, cuando esté jubilado. «Mis raíces están allí», confiesa.
«No puedes catalogar a todo un país por una persona», afirma Costi, que pone un ejemplo: «Mi primer contacto con un español fue uno al que pagué por regularizar mis papeles y desapareció. Y no voy diciendo por ahí que todos los españoles son unos ladrones».
Si hablamos de prejuicios contra el Islam, Elhadji no tiene una sola queja. Ni siquiera del reciente veto al burka en varios ayuntamientos catalanes. «Lo haga un judío o un musulmán, es absurdo taparse la cara del todo. Si vas a un sitio público tienes que identificarte».
Tampoco Mohamed, un marroquí que vive en Madrid con su mujer y sus cinco hijos dice que «los españoles no me muestran ningún prejuicio a causa de mi religión». La crisis le ha afectado. Lleva un año en paro y ahora vende fruta como autónomo para sacarse 20 o 30 euros diarios.
¿Y qué les parece la expulsión de gitanos emprendida por Francia? «Me parece bien que Sarkozy tome medidas, pero sin pasarse de "héroe"», dice Ana. Y a este respecto, añade Costi: «No estoy de acuerdo en la gente que busca otra forma de vivir allí donde va. Cuando llegué a España, de lo primero que me mentalicé fue de integrarme en la sociedad».
Una esperanza frustrada
La política del «papeles para todos» desplegada por el Gobierno socialista y las regularizaciones masivas que se han producido en España en los últimos años atrajeron a un volumen insólito de inmigrantes que buscaban una vida mejor. La recesión económica les ha convertido ahora en las principales víctimas de una política criticada hasta por Europa. De hecho, en los últimos diez años el número de foráneos se ha multiplicado por ocho y representan ya el 12% de la población española. En términos absolutos, en 2009 contábamos con 5,2 millones de residentes extranjeros, sólo por detrás de Alemania (7,2 millones). El año 2006 pasará a la historia como el de la avalancha de pateras: llegaron 31.245 «sin papeles».
✕
Accede a tu cuenta para comentar