España

Juventud mirando al futuro

La Razón
La RazónLa Razón

Faltan apenas días para que Madrid se convierta en uno de los ejes hacia el futuro del mundo: jóvenes que a sí mismos se declaran cristianos, venidos de horizontes incluso muy lejanos, van a reunirse en torno a una figura que es espiritualmente tan joven como ellos. Pero la juventud quiere decir, sobre todo, proyectar la mirada hacia el futuro, puesto que a ella, quiera o no quiera, corresponde construirlo. Todos estos jóvenes tienen conciencia de que les ha tocado vivir la experiencia de una gran depresión. Es una trayectoria coyuntural que los historiadores sabemos bien que se produce de cuando en cuando, y que provoca un cambio radical. Puede, sin embargo, inducirnos a error: la manifestación externa de cada «gran depresión» se reviste de formas económicas y, en consecuencia, puede creerse que bastan con las medidas financieras adecuadas para resolverla. No, se trata de un fenómeno ético pues llega cuando las formas y modos de producción llegan a un punto de agotamiento. Pero no nos engañemos. Formas y modos son, pura y simplemente, dimensiones en la relación personal, que está siempre íntimamente ligada al comportamiento moral. Para ello el cristianismo, como bien lo explicara el Concilio Vaticano II, dispone de recursos importantes que puede, y debe, poner al servicio de la sociedad, gratis desde luego, porque graciosamente los recibe. Y de ellos va a ocuparse esa minoría fuerte de jóvenes que acuden a Madrid para escuchar y, sobre todo, para reflexionar acerca de esa verdad profunda. Una experiencia que ya se vivió en 1348 cuando los cuatro jinetes del Apocalipsis desataron sus furias sobre Europa. Y de esa crisis se salió porque un grupo, abundante aunque minoritario, consiguió construir el Humanismo. Es bueno recordar que en dicha tarea a los españoles cupo gran mérito: sin la Escuela de Salamanca no tendríamos hoy el «derecho de gentes» que inspira de modo tan profundo el modelo americano. Así pues, a esta generación de jóvenes corresponde esa gran tarea para un futuro ya inmediato: descubrir y difundir un nuevo Humanismo recordando muy bien que la persona humana es la verdadera protagonista de ese futuro, evitando las tramas que la sexualidad, el materialismo y la política han trenzado cuidadosamente para hacerles olvidar la libertad que no es independencia ni tampoco dejarse guiar por las mayorías. Tengamos de una vez el valor de rechazar ese sofisma de que la mayoría tiene razón: los sabios, los santos, los grandes creadores son siempre minorías. Y si éstas no trabajan empeñadas en el cumplimiento del deber no será posible descubrir los resortes que permitan hacer que el futuro sea mejor.
El Papa Benedicto XVI, que antes de llegar a la sede de Pedro, estaba siendo considerado como uno de los grandes pensadores europeos, dentro del grupo que, bajo las tormentas del doble materialismo, venía trabajando para descubrir y explicar las razones y recursos de un nuevo Humanismo que diera a la existencia humana dimensiones muy distintas de las que ofreciera el terrible siglo XX, ha preparado con numerosas intervenciones el mensaje que se propone lanzar en Madrid. Tenemos que ayudar a los jóvenes poniendo a su servicio los resortes de nuestra experiencia intelectual, no para que se sometan a ella sino para que dispongan de instrumentos con los cuales puedan pensar por sí mismos. Y la primera advertencia sólo puede ser ésta que arranca de la conciencia de los fracasos de nuestra propia generación: nada puede construirse al servicio del hombre, fuera del amor. Pues volviendo la mirada hacia el interior de sí mismo descubrimos precisamente eso: sin amor nada es posible para el bien de la persona humana.
Por otra parte tenemos que rectificar en otra de las afirmaciones que ahora se encuentran en uso de abundancia. No es la cantidad sino la calidad, lo que hace verdaderamente valiosa la tarea humana. Por ejemplo, la libertad no debe reclamarse como un derecho sino aceptarse como un deber. De nada sirve que las leyes digan algo que consideramos justo si aquellos a quienes incumbe la responsabilidad de cumplirlas no lo hace. Mi libertad depende de que los demás sean capaces de respetarla, es decir, de ofrecer el amor al prójimo que la doctrina cristiana viene enseñando. Recordemos un texto singular de la primera Epístola de San Pedro, en el que recordaba a sus fieles que tenían que obedecer y rezar por el emperador. Terrible experiencia cuando nos damos cuenta de que el emperador era, entonces, Nerón. Los jóvenes deben entrenarse a fondo para evitar los odios y rivalidades políticas. Es lógico que no se compartan muchas ideas de los de enfrente, pero eso no justifica, en modo alguno, los odios que tan desastrosos resultados han alcanzado en Europa.
Tampoco debemos olvidar los errores y desviaciones que, amparándose en sentimientos religiosos, llegaron a cometerse en el tiempo pasado. No hablo de tolerancia sino de respeto y de valoración. Esa palabra, tolerancia, de la que ahora se abusa, es muy engañosa pues no se tolera aquello que se consideraba bueno –esto se ama– sino lo que sería mejor que desapareciera pero tengo que ganar tiempo antes de lograrlo. En la Edad Media a los prostíbulos se llamaban «casas de tolerancia». Y sistemáticamente las religiones toleradas en cualquier país, acababan siendo suprimidas.
Junto a la imagen de Colón bueno será recordar aquellos valores que España supo llevar a América. Son cimientos de los que no se puede prescindir. Primero, la existencia de unos derechos «naturales» que son reconocimiento de la persona humana y no arbitrios que un grupo de políticos formula al reunirse en asamblea. Segundo, el reconocimiento de que el ser humano posee dos dimensiones imprescindibles: libre albedrío y capacidad racional para el conocimiento especulativo. Tercero, el espíritu de la caballería, ya que ser noble, como dijera tan acertadamente Jovellanos, no consiste en pertenecer a un linaje sino en una forma de comportamiento. Todavía hoy, en la lengua corriente decimos de quien se porta bien que «es todo un caballero». Y , sobre todo, no olvidar la amarga lección que aprendió el gaucho Martín Fierro: «Vamos, suerte, vamos juntos desde que juntos nacimos» a abrir el futuro. Esto es lo que la Iglesia propone a los jóvenes en estos calurosos días de agosto.