Venezuela
150 trajes para recordar a Saint Laurent por Jesús MARIÑAS
Alocado y prometedor arranque de estación. En una sola tarde, la agenda rebosa y se desfonda en citas, desde la exposición oportunista de Palomo Linares, con su divorcio adormecido, a los premios Vanity Fair, con exaltación de Vargas Llosa ante una Marina Castaño nostálgica de lo que vivió con Camilo. Hasta Estocolmo nos fuimos con Pedro Ruiz, Raúl del Pozo, Cuca García de Vinuesa y algún incondicional de una Guadalajara que entonces protegía su amor ilícito.
Llueve la desorganización que fija ocho actos socialmente importantes en las mismas heras: se estrenó también el musical de Sabina, ya comentado en esta columna, dos colecciones joyeras de Carmen Lomana y una línea de zapatos de Toods. Una auténtico amalgama reclutadora como la antológica de St. Laurent en la Fundación Mapfre. No tiene ni el fuste ni la calidad de lo ya expuesto en el Met neoyorquino y más recientemente en el Petit Palais parisiense. La madrileña exhibe 150 trajes entre la alta costura y el prêt-à-porter que nacieron del modista argelino, como el esmoquin femenino, ya institucionalizado, o la sahariana a la que puso cara y cuerpazo Veruska, a quien fotografió Franco Rubartelli, retirado en Venezuela tras conocer el gran mundo de las pasarelas. Veruska marcó una época, como la Deneuve. No puedo olvidarla en los desfiles matinales del Intercontinental donde Gloria Pujol y Catherine Cavalier, española y francesa responsables de la comunicación de Yves y su firma, me colaban para ver los preparativos en los que el creador pasaba las horas reparando accesorios, collares, pulseras y zapatos, que ordenaba la exquisita Loulou de la Falaise. Allí, St.Laurent se desahogaba sin apenas mirar a un Pierre Bergé famoso por observar las filas de invitados.
En el catálogo de la muestra madrileña se repasa la obra del genio que posó tomando una ensalada con cuchara en la piscina de La Mamunia. Ya entonces rebosaba kilos y daba una imagen demoledora y un poco babeante. La misma que puede extraerse del terrible libro que su ex amante Bergé le dedicó el año pasado. Conmocionó el retrato deplorable que hace de su ya más socio que amor.
«Cartas a Yves» son recuerdos, reprimendas y celos vertidos en poco más de cien páginas. Revela la cólera incontenible de Bergé y descubre el contrapunto humano, o acaso deshumanizado, de personalidades tan únicas como la de Saint Laurent, glorificado en esta irregular colección representativa de muchas épocas creadoras. Aunque nada como el crudo testimonio de Bergé para encontrar o descubrir al verdadero artista.
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