«El último bailarín de Mao»: El baile del pato

Esta película nos convertiría en antiamericanos si sus estrategias no fueran tan rematadamente tontas. Beresford parece trabajar bajo el influjo de la era Reagan, cuando las películas sobre la fuga de artistas y cerebros comunistas eran mensajes en una botella. La historia de Li Cunxin, bailarín chino que decide convertirse en disidente cuando pisa América y se da cuenta de lo bien que sabe la Coca-cola, es tan real como la vida misma: difícil encontrar tantos americanos buenos y tantos chinos malos por fotograma. Puede parecer que «El último...» pierde pie por la orilla ideológica, pero peor es su torpeza estética. Sería imposible encontrar otra película que masacre el espectáculo de la danza con la saña con que ésta lo hace: abúlicos planos generales que ignoran el movimiento de los cuerpos se entrecortan con planos de reacción del público sonriendo y/o asintiendo (ooohhh, aaahhh) y con insertos ralentizados de las piruetas del protagonista. ¡Por Dios!