Londres
Mercados sensibles
Amigos, desgarrador, el mundo se hunde y los mercados están sensibles.Dicho así, parece que acaban de reemplazar a la princesa de la Sonatina de Rubén: ««Los mercados están tristes, ¿qué tendrán los mercados?». Tal título de melodrama contrasta con la bulimia bursátil del señor o señores mercados, sin apartado postal al que remitirles unas letras. Y la hiperestesia no les ha hecho perder, como a Juan Ramón Jiménez, el apetito, cuando el resto de poetas iban a buscarlo al sanatorio del doctor Simarro y le decían «Vamos, no te apoques y salgamos a perseguir mozas o ninfas» y él enredaba la tristeza en nuevas estrofas. Los mercados tienen mala lírica, aunque estando sensibles no han perdido el apetito: en su nuevo menú del día entran un par de países desarrollados con sus gentes y sus proyectos, que al cambio valen tanto como las del tercer mundo. Brotan las angustias, porque nuestros planes, a los que la suerte había respetado, son papel mojado. Con un par de golpes de destino comprenderemos mejor a las adolescentes de Bangladesh que trabajan para las grandes marcas de zapatillas deportivas. Los mercados susurran como los carteles del metro de Londres que detectó Julio Camba: «Se suplica encarecidamente de la amabilidad y cortesía de los señores viajeros que procuren, en la medida de lo posible, abstenerse de escupir en los coches», y debajo, quedaba aclarado en negrita: «Multa Cinco Libras».
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