Buenos Aires

Galiardo: «Las mujeres me han costado mucho más que la ruleta»

Era un tipo vehemente, amigable y lenguaraz, siempre dispuesto a la juerga y a comerse el mundo. Rápido, voraz, hiperactivo. En la profesión le llamaban loco. El «Loco Galiardo» hubieran dicho en Buenos Aires. Fuimos y somos amigos, porque Juan Luis era, por arriba y por abajo, una buena persona, un sentimental disfrazado de gigoló

 
 larazon

Iba de sinvergüenza simpático. Amaba gustar, sigue amando gustar, seducir. Lo sé porque nos bebimos bastantes noches. Tuvo que curarse de algunas adicciones y sufrir lo que no está en los escritos, y casi de repente se nos apareció descendido del cielo del psicoanálisis como un buen actor y productor. Era otro, es otro desde hace tiempo. No conoce la timidez, cada frase es un titular. Canta la verdad del vividor impúdico sin necesidad de tumbarse en el diván. Este periódico regala el próximo viernes una película de sus comienzos de galán en el cine, «Novios 68», dirigida por Pedro Lazaga. «Cinco parejas –recuerda– hacen planes de boda en la España del 68; están los problemas de la vivienda, de la falta de trabajo estable. Francia estaba en el Mayo del 68 y aquí estábamos con el "Seiscientos". Esa era la diferencia. En Francia, Sartre arengaba a los jóvenes subido a un bidón y aquí hacíamos "Novios 68"».

–Usted era Antonio, un holgazán.
–Yo era el gigoló, lo que queríamos ser en esos tiempos, cuando presumíamos de acostarnos con las mu-jeres sin pagar. Me costaron mucho las mujeres, más que la ruleta.
–¿Cómo fue de novio?
–Un novio que iba de huérfano de madre, dando pena. Me dio buenos resultados. Se liga mucho dando pena. Siempre que uno esté bien físicamente. Y yo lo estaba. Bueno, aún lo estoy. Tuve muchas novias de una noche o una semana.
–Recuerda a su primera novia...
–La recuerdo: era una chica de San Roque, María Mercedes. Sólo nos cogíamos de la manita. Yo era entonces un joven decente. Me maleé cuando llegué a la Escuela de Cine y al café Gijón, como usted.
El franquismo lo vivió, me dice, sin enterarse bien: «Estaba muy preocupado por la alopecia incipiente y la relación con mi padre; mi tragedia personal me distraía de la gran tragedia». Nunca creyó que se podía ir al infierno por tocarse la pilila. No se consideraba un buen amante, «básicamente porque sufría eyaculación precoz, pero aprendí y me curé». Cree que poco a poco va siendo lo que siempre quiso ser: un hombre bueno, en el sentido machadiano de la palabra. Le gustaría que la gente se emocionara hablando de él cuando ya no esté, «quiero ser recordado como un hombre simpático y tierno».
–Se queja de que la vida pasa demasiado deprisa.
–Pero me quejo poco. Asumo que es así. No hace mucho sufrí una subida de tensión y me caí redondo. Estuve ocho días en el hospital. Entonces te das cuenta de la mierdecita que eres. Tenemos que asumir la muerte. Yo la tengo asumida.
–¿Por qué la subida de tensión?
–Parece que la causa estaba en la sal. Desayunaba todos los días una lata de anchoas. Me han quitado la sal y el café.
–Es la vida: nos van quitando cosas.
–Yo acepto bien todo eso. Dejo lo que haya que dejar y ya está.
Dejó el tabaco y la bebida: «Sólo bebo un poco de blanco con el marisco, que también lo tengo prohibido, pero...». Su mujer, María Elías, le prepara acelgas para cenar. No piensa abandonar nunca el juego, el cachondeo y el humor. Se ríe mucho de sí mismo. Dice que lleva bien envejecer: «Hacer obras arriesgadas, comprometidas, me rejuvenece. La energía que derrocho en el escenario me mantiene vivo, ése es el secreto de todos los actores. ¿Por qué cree que se mantiene tan viva Concha Velasco?». No está arrepentido de nada, porque ya se arrepintió de muchas cosas en su momento. No le cuesta pedir perdón. Ya no va al psiquiatra. Manuel Trujillo le reamuebló la cabeza: «Ibas por una vereda conduciendo desde el asiento de atrás: yo te dejo en el asiento del conductor y en una autopista; ahora todo depende de ti», le dijo el buen doctor.
–¿Cree que ZP necesitaría un poco de psicoanálisis?
–Quizá sí, como todos los políticos. ZP ilusionó en su llegada, ahora necesita serenidad, autocrítica y humildad.
–¿Por quién haría hoy campaña?
–Por ninguno. Sólo por mi obra de teatro. A los políticos los observo con piedad.
–¿Y cómo se ve usted en el espejo?
–Alopécico difuso. Me veo mayor, pero con una mirada razonablemente buena. La verdad: me veo con un cuerpo de 40 años.
–Berlanga se ha ido casi a los 90. Dijo que le hubiera gustado morir a causa del disparo de un marido que le sorprendiera.
–No está mal, pero a mí me gustaría morir durmiendo.

Habla moviendo las manos, sus grandes manos, como molinos. Tiene el pelo cano, pero le brillan los ojos como cuando llegaba al café Gijón de galán rompedor. Está convencido de que ganaría a Fraga y Rajoy al dominó: «Desde este periódico les reto, y además les permito que elijan para mí al compañero que quieran». Sigue de gira con «El avaro», de Moliere. Nunca fue avaro, sino más bien un manirroto: «Guardar va contra mi naturaleza». Su exuberante naturaleza.