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El premio

La Razón
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Hace años que no sigo con interés las evoluciones del Premio Nobel de Literatura, una de esas cosas en las que una piensa con boquiabierta fascinación en la infancia y que luego va desechando del horizonte de su entusiasmo conforme la vida le va enseñando con malos modos que, como decía Gracián, son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen.
El viejo Alfred Nobel consideró que el arte de la literatura era merecedor de un premio al autor de «la obra más destacada, en la dirección ideal» pero con la feliz excepción del sudafricano J.M. Coetzee, Nobel en 2003, no suelen interesarme los premiados. Imagino que el cúmulo de presiones, razones e intríngulis que la Academia Sueca padece, atiende o sortea a la hora de decidir al premiado –muy excepcionalmente, la premiada– debe ser del calibre de la apoteosis socialdemócrata de sus miembros cada vez que fallan y enseñan al mundo cuál es la dirección correcta (pese a que, en más de cien años, han señalado con frecuencia direcciones equivocadas). De modo que ya no me parecía un premio literario, y no hacía mucho caso. ¡Ah!, el Nobel de Literatura... Ni fú ni fá.
Creo que la literatura universal se clasifica mejor según quienes «no» han recibido el Nobel que de acuerdo con aquellos que han tenido el gusto de subirse a ese escandinavo pódium de la fama mundial, y que si repasamos la lista de los premiados desde 1901 hasta la fecha, se puede distinguir sin ningún problema una lectura política del mundo, que sobresale con descaro muy por encima de los nombres de los galardonados, antes que un interés verdaderamente literario, artístico.
Por eso este año me he quedado de una pieza al conocer el nombre del ganador: Mario Vargas Llosa, nada menos. Un escritor muy superior al encumbradísimo García Márquez. No sólo literariamente. Mientras García Márquez abrazaba a Fidel Castro y su régimen para siempre, Vargas Llosa apoyaba al poeta «contrarrevolucionario» Herberto Padilla, que en los años 70 fuera arrestado y encarcelado por el Departamento de Seguridad del Estado para las «actividades subversivas» del gobierno de Castro, suscitando la protesta de intelectuales de medio mundo.
Hoy, claro está, Vargas Llosa es persona «non grata» para el régimen castrista, mientras García Márquez es amigo íntimo. El periódico oficial cubano Granma, ante el anuncio del premio Nobel, decía que Vargas Llosa «merece ‘‘el antinobel de la ética'' porque ‘‘lo que ha construido con la escritura lo ha ido destruyendo con su catadura moral», y luego le recriminaba sus «desplantes neoliberales, la negación de sus orígenes y la obsecuencia ante los dictados del imperio. No hay causa indigna en esta parte del mundo que M.V.Ll. deje de apoyar y aplaudir», concluía el panfleto gubernamental intentando verter oprobio sobre el flamante Premio Nobel y consiguiendo revestirlo, todavía más, de honra.
O sea, que este año sí me interesa el Nobel de Literatura porque Vargas Llosa tiene la categoría necesaria para recibirlo: la intelectual y la moral.