Conciliación

Ataque a la suegra

La Razón
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La prueba definitiva de que el Gobierno ha tocado fondo es su desprecio a las suegras. Pasar como un bulldozer por encima de esta institución familiar, auténtico contrapoder en todo matrimonio bien avenido, es una afrenta aún más grave que congelarle la pensión o suprimirle el viaje del Imserso. Eso es lo que ha hecho, precisamente, el ministro Caamaño al remover el avispero de los apellidos familiares. No sabe dónde se ha metido el orondo ministro de Justicia que calibra la sentencias judiciales al peso. Más le habría valido convocar al Consejo Nacional de Suegras, que si no existe ya está tardando en crearlo bajo la presidencia de Tita Cervera, antes que poner patas arriba la estabilidad de los esforzados matrimonios que resisten. Si el proyecto prospera, a las suegras se les abrirán infinitas posibilidades de intervención, es decir, de romper hostilidades en defensa propia y para escarmiento ajeno. No es difícil imaginar la escena: Sobremesa del domingo; marido y mujer, que están en trance de ser abuelos, comentan la feliz perspectiva. En eso, ella tira de espoleta: «¿Y por qué nuestro nietecito tiene que llevar de primer apellido el de ese inútil con el que se ha casado nuestra hija, si ellos son Pérez y nosotros García?». Y ya está liada. Si ya era tortuoso consensuar el nombre de la criatura, ahora habrá que negociar también el apellido con el nuevo alfabeto en la mano, que para más complicación ha suprimido dos letras. Con lo trabajosas que son las fiestas familiares, sobre todo las navideñas, a este Gobierno de frikis no se le ocurre idea mejor que excitar los reclamos de la sangre y abrir una competición de linajes. En un país donde ya se litiga hasta por la custodia del perro, con más motivo se declarará la guerra por el apellido. Da miedo tanto furor legislativo obsesionado con regular los detalles más marginales de la vida social, desde matrimoniar a parejas homosexuales que no llegan a 30.000 hasta prohibir el bollicao de la merienda, censurar los juegos en el patio del colegio y, ahora, alterar una tradición secular en aras de un 0,1% de excepciones, pues ése es el porcentaje estimado de parejas que suele disputar por el apellido de los hijos. Desde hace siglos, la única forma que ha tenido el varón de reafirmar su paternidad, que es un acto de fe, ha sido transmitiendo el apellido a su descendencia, a modo de DNI. Era el acta notarial que justificaba reinos, dividía haciendas y heredaba honras. Aquí las suegras poco podían hacer, pero las acaban de despertar de un letargo milenario y es lo último que le faltaba a Zapatero para perder las elecciones: agitar a las únicas votantes que todavía lo consideraban un buen chico.