«Hasta luego Lucas»

Cuando Carlos Moyá (Palma de Mallorca, 27-8-1976) abandonó la pista central de la Caja Mágica el pasado mayo tras caer ante el alemán Benjamin Becker asumió que había llegado la hora del adiós. Su pie derecho no daba para más. Una artrosis que sufre desde los 20 años le llevó al quirófano en 2009. Él quería seguir, pero los problemas se multiplicaron y «Charly» ha decidido colgar la raqueta. El Master Nacional del mes de diciembre servirá para ver sus últimos partidos como profesional. En una comparecencia en la que estuvo acompañado por Albert Costa y Manolo Santana, Moyá anunció su adiós: «El futuro ahora pasa por descansar y estar en casa.
Han sido 15 años a nivel profesional viajando cada semana, con la presión mental que supone. Las cosas cambian cuando tienes un hijo. Ahí me quedo claro que sería difícil separarme de mi familia».

Moyá siempre fue un jugador diferente. Su explosión llegó en enero de 1997 cuando alcanzó la final del Abierto de Australia. Allí se permitió dos lujos. El primero jugar una final de un «Grande» ante Pete Sampras. El segundo fue su despedida ante el público australiano con el mítico «Hasta luego, Lucas». Después de aquello ganó Roland Garros el año siguiente y en 1999 se convirtió en el primer tenista español que alcanzaba el número uno del mundo. Fueron las dos últimas semanas de marzo cuando Moyá se convirtió en la mejor raqueta del planeta. Su cinta en el pelo, sus camisetas de tirantes y su tenis no tenían precedentes. Se convirtió en la primera figura realmente mediática del tenis español por lo que hacía dentro y fuera de la pista. Su último gran éxito fue el protagonismo en la segunda Ensaladera. Después de la victoria en Sevilla 2004, el tenis empezó a ser secundario.