Brasil

En qué guerra nos hemos metido

La resolución 1973 de Naciones Unidas ha devuelto a los horarios de máxima audiencia de las cadenas de televisión las imágenes difusas y genéricas de bombardeos occidentales sobre un país árabe y musulmán. Tan sólo la textura digital de la filmación permite intuir contra qué dictadura se dirigen los misiles aliados en esta ocasión.

Los aviones de las fuerzas aliadas, preparados para despegar
Los aviones de las fuerzas aliadas, preparados para despegarlarazon

La actual intervención militar en Libia así como la de Irak en 2003 o la de Afganistán en 2001 sacuden nuestras conciencias y ponen de actualidad el debate sobre las razones de la guerra. ¿Por qué vamos a la guerra? ¿En qué clase de guerra nos hemos metido? ¿Estamos ante un conflicto humanitario, de relaciones de poder, económico o geoestratégico? ¿Qué objetivos persigue la misión? ¿Cuándo se podrá dar por concluida? ¿Qué países la respaldan? Son algunas de las preguntas recurrentes.

El Consejo de Seguridad aprobó el 17 de marzo con diez votos a favor y cinco abstenciones la resolución 1973 que avala una intervención militar en Libia. Francia y Reino Unido solicitaron la inclusión de la fórmula que autoriza a los Estados miembros a «adoptar todas las medidas necesarias». El entrecomillado constituye la frase usual con la que la ONU manifiesta la posibilidad de emplear la fuerza armada. La guerra queda, sin embargo, restringida a «la protección de los civiles» que estén bajo amenaza de ataque de Gadafi, incluida Bengasi. Es más, en el mismo párrafo 4 se excluye específicamente «el uso de una fuerza de ocupación extranjera». Estas dos apreciaciones son esenciales pues indican dónde están los límites de la ofensiva orquestada por una coalición «ad hoc» de catorce países, España entre ellos.
El segundo elemento que incorpora la 1973 es el establecimiento de la zona de exclusión aérea.

Igual que ocurrió en Irak y Kosovo se opta por aplicar esta práctica que, según el secretario de defensa norteamericano Robert Gates, supone un «acto de guerra». El bloqueo aéreo implica la utilización de artillería para terminar con las capacidades defensivas del contrario. Otra cuestión es si la zona de exclusión aérea es eficaz para proteger a la población civil como solicita el texto de la ONU. El criterio mayoritario de los técnicos sostiene lo contrario.

Fuentes diplomáticas consultadas por este periódico advierten de que la resolución, que cosechó cinco abstenciones, dos de las cuales son «de calidad» (Rusia y China), ha sido elaborada astutamente para que la guerra sea impecable desde el plano jurídico pero también ha dejado una ambigüedad suficiente que permite satisfacer las distintas interpretaciones de los Estados y propicia la controversia política. No existe un planteamiento de la misión ni de sus objetivos. El problema surge al tratar de especificar qué es lo que se entiende por población civil. ¿Los rebeldes armados son población civil? ¿Los residentes de Trípoli bajo dominio de Gadafi son población civil?

Diferentes opiniones

Francia es el país que ha ido más lejos al reconocer como único interlocutor válido el Consejo Nacional Rebelde (CNR). Sin embargo, no todas las naciones de la coalición comparten esa visión. Desde EE UU, el jefe del Pentágono ha considerado una «insensatez» marcarse como objetivo la eliminación del coronel. Por su parte, José Luis Rodríguez Zapatero ha declarado que la misión debe incluir la «liberación de la población libia». En Reino Unido el choque de criterios se ha producido entre el poder civil y el militar. Mientras el jefe del Estado Mayor advirtió de que la ONU no autoriza «un cambio de régimen», el «premier» Cameron aseguró que estaría dentro de la legalidad un ataque selectivo contra Gadafi si su permanencia pone en riesgo a los civiles.

El coronel del Ejército del Aire y profesor del Instituto Gutiérrez Mellado, José García Caneiro, sostiene para LA RAZÓN que es «dudoso que no se pretenda, o no se haya pensado, en derrocar Gadafi. Difícilmente se puede dar una solución al conflicto si no cae el régimen. De otra forma, ¿qué sentido tendría intervenir militarmente en Libia?».

Gran parte de la opinión pública no ha entendido que se organice una operación militar contra Trípoli y que ésta no incluya el desmantelamiento de su sistema dictatorial. «Evidentemente, es una contradicción como también lo es apostar contra un régimen al que se ha estado apoyando y favoreciendo por razones ajenas a lo humanitario y basadas en intereses económicos y relaciones de poder», recuerda el coronel.

En medio de la discusión sobre los objetivos surge la pregunta de si la fuerza internacional debe intervenir en la guerra civil del país árabe. Alemania, que fue uno de los cinco países que se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad, ha preferido quedarse fuera de la operación alegando un desconocimiento sobre la composición del bando rebelde. ¿Qué ocurriría si el CNR se termina uniendo a organizaciones como Al Qaida? Habría que refrescar las lecciones de Afganistán después de la Guerra contra la URSS. García Caneiro, también doctor en Filosofía, expresa sus dudas sobre la participación en la guerra civil, aunque recuerda que las medidas de tipo diplomático y económico propuestas por Berlín «no dieron resultado en Irak».

La falta de una visión conjunta también ha afectado al liderazgo político de la misión y a la estructura de mando militar. No estamos frente a una operación de Naciones Unidas, ni de la OTAN, ni tampoco de la UE sino frente a una intervención de una «coalición internacional de voluntarios» en la que prevalecen criterios nacionales sobre los transnacionales. Francia asumió la iniciativa política para desquitarse del bochorno de Túnez, pero también para recuperar la influencia perdida en el Norte de África con la penetración de China. EE UU aceptó dirigir las primeras operaciones militares para asegurarse el establecimiento de la zona de exclusión aérea pero sin querer retener el mando. Estas dudas sobre el liderazgo político y militar no es un buen comienzo de la operación.

Confusión en los fines

La falta de definición de la misión impide además establecer una aproximación sobre su término. Si se desconocen las metas a conseguir en la operación militar, resultará muy difícil dar por concluida la guerra. Obama ha apostado por una intervención «breve», mientras Zapatero ha solicitado una autorización de tres meses. Los analistas advierten del riesgo de poner plazos que no se puedan cumplir y subrayan que la confusión en torno a la finalidad de la misión la entorpece.

La controversia también ha surgido en torno a los apoyos internacionales. EE UU, Reino Unido y Francia han reiterado que se trata de una misión multinacional que cuenta con el beneplácito de la Liga Árabe y la Organización de la Conferencia Islámica. De hecho, en la resolución se insta a las naciones árabes a cooperar en las operaciones militares, pero en la práctica, 24 horas después de los primeros bombardeos, la Liga cargó contra un «uso desproporcionado de la fuerza». Rusia, China, India o Brasil también han solicitado el fin de los ataques aéreos. La cobertura internacional es, por lo tanto, más bien frágil.

El último punto consistiría en saber qué es lo que se espera de la guerra y cuáles son los escenarios posibles. El profesor Caneiro considera que «lo que se busca, tarde y mal, aprovechando los movimientos populares, es un proceso lo más parecido posible a una democratización» de los países árabes. La implantación de la agenda democrática supone la mejor de las hipótesis pero la realidad de Irak o Afganistán exige prudencia.

«The Economist» recuerda esta semana que estas aventuras militares «empiezan con buenas intenciones y un exceso de confianza a medida que la superioridad tecnológica de Occidente destroza las defensas de los déspotas del petróleo. En pocas semanas la arrogancia se convierte en un atolladero». La intervención aliada para frenar la ofensiva de Gadafi sobre Bengasi y evitar una masacre puede estar sobradamente justificada pero a partir de ahora habrá que ver si depara o no un futuro mejor para los libios.


Tres nombres para una única misión
Tres son los países que han liderado la guerra de Libia: Francia, Reino Unido y EE UU, y tres son los nombres con los que se ha bautizado la misión militar. Los franceses la denominan «Harmattan», como el viento caliente que sopla en el desierto del Sáhara. Los británicos han optado por la «Operación Ellamy» y los norteamericanos han recurrido a «Odisea al Amanecer». La prevalencia de un criterio nacional para designar la campaña sobre uno conjunto refleja la incertidumbre que ha planeado estos días sobre la dirección de la misión. «Es un barco sin capitán», críticó «Le Nouvel Observateur». Curiosamente, los procesos nominales suelen reflejar las dificultades a las que se enfrentan los actores.