Historia

Historia

Pies de bailarín por José Luis Alvite

La Razón
La RazónLa Razón

Yo no sé si tiene ideología o intereses, e ignoro si lo que sueña es más decente que lo que posee, pero de lo que no me cabe duda es de que Mario Conde tiene carisma. Nunca me gustó la arrogancia distante y triunfal que había en él cuando en sus manos se volvía un pastel cualquier puñado de mierda y parecía impensable que su intestino convirtiese en heces los centollos, ni la prepotencia bronceada de aquel hombre tan distinto de ese otro tipo fracasado y vencido con el que hace algún tiempo fue excarcelado. Fue la envidia ostensible de los hombres cuando estaba en lo alto y es después de su caída la secreta tentación de las mujeres. La cara de aquel tipo vanidoso, triunfador y arrogante quedó sepultada por el rostro drenado y culposo de un hombre desencantado de la gloria y escarmentado por las restricciones de la cárcel. Conserva el croquis de su buen aspecto de entonces y sin embargo a mí me parece que, como ocurre en el caso de tantos presos, muchos de los rasgos de Mario Conde fueron arrasados por la rutina del presidio, diezmados por el cansancio del remordimiento, y parecen ahora una mezcla de fotogenia, masculinidad y comida para perros. Fatigado por el oficio del crimen, demacrado por los azotes de la Ley, mi amigo «El Alejo» tenía tanto estilo como Mario Conde y la misma percha, pero en sus manos raras veces abrevaba el dinero. Murió en el 89, pero a mí me parece ver que resucita en el rostro de ese Mario Conde con las facciones aliñadas por la sabiduría que los hombres adquieren a partir del instante en el que aprenden a olvidar aquello que nunca tendrían que haber aprendido. Ahora está en política y yo le deseo suerte, aunque sólo sea porque sabe que, por muy elegantes que sean, a los pasos del bailarín también les huelen los pies.