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Desde Europa con amor

La Razón
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Existió un cierto orgullo de considerarse europeo con pasaporte común y algunos líderes actuales han demostrado que están dispuestos hasta la inmolación por mantener Europa, desde Rodríguez Zapatero hasta Angela Merkel (que descubrió, por fin, que la caída del euro arrastraría a Alemania) o el mismo Sarkozy (obsesionado por mantener la AAA de su deuda), a quien la reciente paternidad debe haberle afectado, pues un día alude a que España se encuentra ya en un segundo plano en la hecatombe de la crisis y al día siguiente considera que nadie desearía estar en su situación. Tal vez ello se deba a la falta de sueño que acostumbran a padecer los padres primerizos, aunque no sea éste su caso. Pero lo que cabría preguntarse es si todos estos líderes y otros muchos están defendiendo Europa (con todo lo que ello supone) o su moneda, el eurillo, cuya invención, tal vez prematura y poco previsora nos ha lanzado por el tobogán de las vacilaciones. La tardanza en «salvar» a Grecia, si es que se salva tras rescatarla y rebajarle el 50% de la deuda, no deja de ser fruto de dilaciones en una tormenta perfecta, donde el sistema financiero occidental –no sólo europeo– ha estado a punto de naufragar en más de una oportunidad ante la estupefacción de los países emergentes y de China, capaz de engullirse la deuda estadounidense y la europea, aunque no por amor al arte.

La sonrisa cómplice de los portavoces del que debiera ser el sólido eje francoalemán en una rueda de prensa ante la pregunta de un periodista sobre los recortes italianos, el rifirrafe de Cameron y Sarkozy, las constantes visitas de éste a la canciller alemana y hasta la violencia en la Cámara de diputados italiana han probado de nuevo las desconfianzas de unas naciones hacia otras y de los partidos entre sí, olvidando aquel ideal de la Europa culta que no supo autodiseñarse, ni en lo económico ni en otras muchas cosas. Lo que se ha defendido a ultranza ha sido el euro y los bancos franceses y alemanes. Llegar al 9% del core capital les costará a los nuestros 26.161 millones y 6.290 la depreciación del 2% de la deuda, si no cambian las cosas. Habrá que ver cómo andaremos en julio de 2012 si es que logramos superar próximas crisis. Todos los partidos, sin embargo, han podido comprobar que no se ha conseguido manejar situaciones que conducen a inevitables fracasos electorales. Los líderes de hoy –y, tal vez, hasta los de mañana– pagarán un alto precio por algo que no puede achacárseles como mal gobierno o perversión ideológica, porque la caída afecta no sólo a conservadores acreditados, sino a socialdemócratas convencidos. Los 27 países que se reunieron el pasado miércoles lo hicieron coincidiendo en la idea de que el euro (aunque algunos no participen en él) es la esencia de Europa, la de los mercaderes. Pero el europeísmo, que procede de los primeros años del pasado siglo, se entendía de otra forma. Tal vez uno de los errores que impiden ver más allá de este grotesco espectáculo del «sálvase quien pueda» (y puede ser que acabemos con el agua al cuello) es haber confundido la moneda con una Europa que pretendió mantener las naciones.

¿Se ha llegado ya a la hora de la verdad, se ha puesto toda la carne en el asador, apostando por una nueva Europa? Salvo ese difuso bienestar que se dice que sobrevuela por algunos países, en retroceso, y que algunos pretenden mantener, poco más nos resta. Los pueblos defienden a ultranza su identidad y hasta sus horarios. No existe equiparación impositiva, ni salarial, ni educativa. No nos separan tan sólo las lenguas diversas. También las culturas y los prejuicios que las acompañan. Los griegos engañaron a todos, los españoles especularon con la vivienda, los italianos se dieron al desguace político. Si los dirigentes actuales no han sabido afrontar el problema económico heleno, lo que queda aún por hacer puede desbordar al más intrépido. Pero el camino emprendido, pese a sus carencias, debe suponer ya algo. Y sobre ello ha de ir conformándose una utopía que ahora parece aún más que antes, un sueño. Nunca existió Europa como tal, ni bajo el imperio de Roma o el carolingio, ni Napoleón lo logró, ni Hitler con su III Reich, aunque algunos pretenden otear, sin totalitarismos, un IV, tras la poderosa economía alemana. Lo que ha de venir, con o sin euro, es algo más complejo, pero sin avaricia. Sólo con una nueva política se logrará pensar una Europa mejor. La crisis, como se vio, nos ha hecho crecer.