El Cairo
La ideología yihadista por Fiamma Nirenstein
Embajadas estadounidenses arden por todo Oriente Medio y más allá. El islam yihadista muerde la mano que le ayudó en las revoluciones. Adoptar la teoría de que la rabia homicida colectiva es culpa de una película anodina acerca de Mahoma que corre por internet es ridículo. No se trata de caricaturas, ni de películas, ni de agravios: el análisis de lo querida que es la figura de Mahoma en el islam es comparable a lo apreciada que es la figura de Jesús para los cristianos. La televisión salafista egipcia fue el detonante al dar a conocer una película de la red que llevaba colgada un año con pésimos resultados. Fue un acto de provocación. Los manifestantes utilizaron armas pesadas en su asalto a la descuidada embajada de Libia. No fue un gesto espontáneo. Es contraproducente que Hillary Clinton, como secretaria del departamento de Estado, se ponga a lamentar la pérdida de su embajador pero se dé prisa en declarar «repugnante» la ridícula película, como si una película tuviera que tener por fuerza consecuencias violentas.
Es lamentable que Obama, el defensor de las libertades, no haya aprovechado la oportunidad para explicar que para nosotros, los occidentales, la libertad de expresión se extiende a todos los ámbitos. ¿Se acordará por ejemplo de cuando el Tribunal Supremo de los Estados Unidos falló en 1940 que Newton Cantwell y sus dos hijos tenían derecho a difundir los materiales anticatólicos que provocaron reacciones violentas (como recuerda el catedrático Seth Frantzman en el «Jerusalem Post»)? Hay mucha jurisprudencia relativa a opiniones radicales en nuestra historia. Se pueden pedir disculpas, y luego reiterar que las legaciones diplomáticas son sagradas, como sagrado es el derecho a la libertad de expresión; tanto que sólo los exhibicionistas no los reconocen. La verdad es que nosotros deseamos ser aceptados por los musulmanes. Aceptamos cualquier conflicto con la esperanza de que sea constructivo para ellos y que con la llegada de la democracia, todo salga bien.
George Bush creyó que la eliminación de Sadam Husein en Irak podría convertirse en una oportunidad para que chiíes y suníes se sentaran juntos en la mesa, y cosechó la condena mundial mientras los muertos por motivos tribales, religiosos o étnicos se cuentan por miles. Obama tendrá el mismo destino. Quiso ser el aprendiz de brujo de las revoluciones árabes. Carter fue el de la revolución de Jomeini. Su sensibilidad hacia el islam le dio un aire de debilidad en una parte del mundo. Jartum, Túnez, Jerusalén, Líbano, Bengasi o El Cairo son pasto de manifestaciones de odio que ya han costado la vida a varias personas. Pero ¿cómo pudo ignorar Stevens que Libia es un hervidero de odio? Es imposible no saber que en noviembre de 2011, cuando cayó el régimen, las fuerzas rebeldes izaron la bandera de Al Qaeda en el Tribunal de Justicia de Bengasi. Muchos grupos, se hagan llamar Al Qaeda o lo que sea, son formaciones yihadistas de todo pelaje que exigen justicia según la sharia. Su descontento hoy se debe al hecho de que al yihadismo, no al pan, los nuevos gobiernos no le han mostrado el respeto suficiente; la culpa es siempre de Estados Unidos y de Israel, el odio se orienta siempre hacia Occidente. Esto no tiene nada de personal, ni es algo que se pueda curar, y es absurdo no implicar a la ideología de la nueva revolución, el yihadismo. Es la promesa de que el islam doblegará al mundo.
Fiamma Nirenstein
Periodista y escritora italiana
✕
Accede a tu cuenta para comentar