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La decadencia de los jueces por Luis del Val

La Razón
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Decía Peter Babel que la decadencia de una persona principia en el momento en que comienza a no tener dudas. Es muy posible que el juez de la imagen haya alcanzado tal grado de ausencia de dudas, que se permite en un auto apuntes de sociología, que le llevan a asegurar la decadencia de la clase política. La verdad es que soy uno de los convencidos de la decadencia de la clase política, y de los jueces, y de los periodistas, y de la cría de reses bravas, pero aunque está comprobado que los toros no embisten con la fiereza de algunos jueces, no me atrevería a amparar a quienes en las plazas de toros arrojaran almohadillas, piedras y objetos contundentes contra el ruedo y el callejón por mucha razón que tuvieran. Por cierto, este juez tan seguro de sí mismo, o sea, decadente, tiene un gran escrúpulo con los policías que contuvieron a quienes querían asaltar el Congreso de los Diputados. Le parece que los policías no tuvieron buenos modales. Los otros, tampoco, y prueba de ello es que uno de esos policías que el decadente juez observa con repugnancia, perdió un ojo, y ha tenido que ser retirado de su trabajo. Claro que a las personas seguras de sí mismas, como el juez Pedraz, una trayectoria profesional arruinada y un tuerto más tampoco les va a quitar el sueño, estando preocupados por conocer el grado de decadencia de la clase política.

Pero si resulta asombroso que en una sentencia un juez se dedique a la Sociología, sin aportar datos empíricos, como llamaría la atención que a una partida de bingo se le llamara clase de matemáticas, todavía resulta más deslumbrante que el juez Joaquín Bosch, en nombre de Jueces para la Democracia, solicite al fiscal para que investigue los delitos cometidos –me incluyo– por parte de quienes hemos criticado la sentencia del juez Pedraz. Es decir, que un etarra puede llamar al Jefe del Estado «jefe de los torturadores», y ser absuelto por estos jueces decadentes, porque se trata de una forma de la libre expresión.

Y un componente de Jueces para la Democracia, como mi buen amigo el juez Navarro, puede decir que las ideas de Aznar, entonces jefe de Gobierno, son igual que las ideas de un terrorista, y los jueces sentenciar que se trata de la sacrosanta libertad de expresión, pero basta que alguien critique al juez Pedraz para que don Joaquín Bosch, ejemplo de Torquemada tardío, ponga en marcha su anhelo inquisitorial para ver si podemos condenar a algún periodista. Si el injuriado es el Rey y el injuriador un etarra, no pasa nada, pero si es un periodista el que vierte sobre un juez algún adjetivo que al delicado espíritu de don Joaquín Bosch repugna, entonces mandemos hacer puñetas la libertad de expresión, porque se trata de uno de los nuestros, y hagamos caer sobre el modesto redactor el peso de la Ley. «A veces me da la sensación de que no tenemos políticos, sino muros de piedra resbaladiza por el humo pestilente de quienes carecen de sentimientos». Lo escribió y firmó el juez Garzón y fue archivado.
¿Qué diría el escrupuloso y suspicaz Joaquín Bosch si yo escribiera que «me da la sensación de que no tenemos jueces, sino muros de piedra resbaladiza por el humo pestilente de quienes carecen de sentimientos»? ¿Cárcel, prisión mayor? ¡Ah! el autor de la frase fue apartado de la carrera judicial por prevaricador. Les deseo mejor suerte al decadente Pedraz y al inquisitorial representante de Jueces para la Mordaza, perdón, Jueces para la Democracia, Joaquín Bosch.