África

Ciudad de Guatemala

La voz de los sin voz

Una tímida caricia, una mirada dulce o un saludo emotivo. Los gestos eran la vía de comunicación más utilizado por Juan Pablo II. Con ellos consiguió llegar al corazón de los pobres, de los más desfavorecidos.

papa
papalarazon

Él dio «voz a los sin voz». A los marginados y olvidados del mundo, por los que ni sus gobiernos apuestan. Su pasado obrero y las vivencias que experimentó en cada una de sus visitas le mostraron la cruda realidad. Las alarmantes diferencias entre los países del norte y los que viven entre la pobreza, el sur. Por ello, el Papa decidió tomar cartas en el asunto y luchó, a lo largo de todo su pontificado, por erradicar las desigualdades y denunciarlas.

El Pontífice introdujo tres encíclicas clave para el desarrollo de un magisterio social y con las que intentó mostrar al mundo los verdaderos problemas. «Juan Pablo II ha marcado una época. La inquietud por el pobre cobró un sentido mucho más amplio gracias a sus iniciativas», explica Antonio Alcaraz, director del Instituto Internacional de Caridad y Voluntariado Juan Pablo II. Este camino, que marcó un hito, comenzó a labrarse en septiembre de 1981, cuando el Papa publicó su encíclica«Laborem exercens».

En ella expresa su preocupación por la actual situación laboral. «Gracias a su apoyo a los trabajadores y a su denuncia de la explotación que ejercen los países ricos, Juan Pablo II conectó no sólo con los cristianos, sino también con los no creyentes que compartían su idea del trabajo y de la solidaridad», comenta José Ramón Peláez, sacerdote del Movimiento Cultural Cristiano.

Un hombre valiente
La vinculación de esta asociación con «el Papa de los pobres» se hizo más fuerte después del discurso que ofreció en la IV Jornada Mundial de la Juventud en Santiago, ocho años después. Allí, ante miles de jóvenes, animó a pelear por aquellos que no pueden o, a los que no les quedan fuerzas. Su tono se alzó cuando clamó por los olvidados de los líderes mundiales. «Desde ese momento decidimos cambiar el nombre de nuestra editorial por el de ‘‘Voz de los sin voz''», explica Peláez quién también tiene claro cual sería la lucha actual del Santo Padre, «se opondría radicalmente a las guerras de Oriente Medio, en especial a la de Siria. Y, por supuesto, criticaría la postura que comparten Francia, Inglaterra y Alemania con respecto a la inmigración. Era un hombre muy valiente al que no le importaba enfrentarse a las grandes potencias», añade.

Para Juan Pablo II los verdaderos protagonistas eran los enfermos, «los pobres que cada vez son más, los que viven en soledad o los no nacidos que siguen sin ver la luz», explica Alcaraz. Su implicación social no se centró sólo en la redacción de encíclicas como «Sollicitudo Reisocialis», donde hacía hincapié en los problemas del mundo contemporáneo y la que completa las dos ya citadas, «Centesimus Annus». En ella expone el valor de la solidaridad.

Él era el ejemplo de sus palabras. «Eran muy emotivas sus visitas a prisiones y a hospitales. Además, logró convertirse, junto con Santa Teresa de Calcuta, en símbolo de la caridad. Tenía un puesto eminente desde el que podía lograrlo», afirma Andrés Picón, director de la sede de Cáritas en Burgos y que compartió muchos momentos con él: «Me ordenó sacerdote y lo que más admiraba era su capacidad de trabajo y su esfuerzo por llegar a cada uno de nosotros, de hablarnos sobre los problemas con los que lidiamos en cada uno de los países. Siempre tenía el gesto concreto con el que captar la atención de su interlocutor». 

Juan Pablo II fue un estudioso de la antropología; quería conocer todos los recovecos del hombre y por eso «intentó ser la voz de todos los hombres. Él conocía el corazón humano», prosigue Picón. Este interés es el que le animó a reunirse con numerosos pueblos indígenas, en su mayoría latinoamericanos, a los que intentó transmitir su mensaje. «El Papa vino a vernos a nosotros», le decían emocionados nativos de Perú y Venezuela a José Ramón Peláez cuando fue a trabajar allí, años más tarde, como misionero.

En esta labor de proclamar la palabra de Dios más allá de nuestras fronteras lleva Pedro Jaramillo más de seis años. Mantiene una parroquia en uno de los suburbios de Ciudad de Guatemala, a la que acuden más de 100.000 feligreses. Convive con los desastres del alcohol y de la violencia cada día. Por eso, la labor y las palabras de Juan Pablo II se han convertido no sólo en su guía sino también en su apoyo: «Clamó contra los ricos y no dudó en ponerse en contacto con la pobreza para sacar a la luz los problemas que ahogan a países como Guatemala al que vino en tres ocasiones. Quiso demostrar, en América Latina especialmente, que el camino hacia Dios es el hombre. Su figura nos allanó el camino».

Caridad y justicia fueron dos valores que transmitió a través de su obra social y que le convirtieron en el Papa global que se recuerda hoy. Juan Pablo II destinó una parte muy importante del dinero de la Iglesia a obras sociales. Creó dos fundaciones: una para apoyar a las poblaciones indígenas y favorecer la promoción humana, Populorum Progressio, y otra, en 1984, a raíz de una visita a África.

Durante su estancia comprobó el drama de la desertización. Nadie iba a poner un euro para ayudar a los países que lo sufren y nació la Fundación Juan Pablo II para el Sahel. Junto a ellas y al margen del fondo destinado para emergencias como catástrofes naturales, el Cor Unum ayuda a proyectos concretos en todo el mundo. Al contrario que otras ONG, esta organización sólo destina dinero a iniciativas en las que los gastos logísticos sean mínimos, no más del 3 por ciento.