Historia

Bruselas

El español menguante por Joaquín Marco

La Razón
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El español o castellano, como lengua, sigue creciendo a buen ritmo principalmente en América. No conviene asustarse, pues, a este respecto. Otra cosa es el ciudadano menguante, sufridor en las autonomías agrupadas bajo las alas del águila. La sorpresa –hoy rabia o indignación– procede (porque somos historia) de aquellos tiempos pasados, a fines del franquismo, cuando lo económico, que sigue siendo nuestro problema, empezó a desarrollarse. Llegó la Transición y con gran sorpresa de los europeos, los españoles de las nuevas y viejas generaciones, ya que algunos habían combatido en la incivil guerra de 1936 a 1939 o habían sufrido los rigores (utilizo un eufemismo) de la dictadura, comenzaron a tolerarse no sin dificultades. Hubo cierta violencia, ETA se creció, llegó el 23 F, pero los españoles no se aniquilaron entre sí. La entrada en la OTAN y en la Comunidad Europea y más tarde en el Unión dio la sensación de que la fiesta sería progresiva con algún altibajo. Algunos despilfarraron y se toleró lo que nunca hubiera debido hacerse. Estábamos, como en los poemas del «Carmina Burana», como la luna, en una etapa de crecimiento. Éramos listos y admirábamos a Mario Conde, modelo de emprendedor enriquecido y triunfante, incluso posible candidato a jefe de Gobierno. Pero aquellos poetas medievales, que utilizaban todavía el latín, habían escrito ya que el aspecto lunar era cambiante, pleno, creciente o menguante, caprichoso. Hoy sufrimos la tragedia del español menguante. No hay día en el que la prensa o la televisión no nos sepulten bajo las malas noticias. Y no hay forma de que el español, más alto que sus antepasados –si es joven–, descubra la rendija de un trabajo, aunque haya cursado estudios superiores y masters de diversa entidad y condición: el 50% en paro. Disminuyen los salarios, las camas de los hospitales, las becas universitarias. Es un sacrificio, admite el Gobierno, impuesto por quienes nos han de prestar. Nos intervinieron y dictaron sus normas ya en la etapa zapateril, aunque sin el tono trágico de ahora.

Los ministros económicos no sólo han acaparado la actualidad, sino que acaban contradiciendo programas electorales y hasta han logrado hacerlo en horas. Se ha de estar atento a la letra pequeña del BOE para enterarse de lo que, sin duda, le afectará en septiembre e ignora todavía lo que caerá en 2013, cuando ya queden sólo las raspas del pescado, porque los de Bruselas nunca tienen ni tendrán suficiente. Rajoy nos ha dicho que hay que elegir entre malo y peor. El, en ocasiones, gracioso ministro Montoro asegura que no hay dinero. En consecuencia, baja la Bolsa y los que deben prestarnos se afilan las uñas. Molestamos, incluso, que ya es molestar, a Obama en su carrera por la reelección. Baja el euro y se augura una larga e interminable crisis. Hay quienes ven irremediable el retorno a la neopeseta y Angela Merkel ya no desmiente que la ilusión del euro o de la Europa federal ha pasado a la historia. Lo peor de los gobernantes es tener las manos atadas o no saber qué hacer: mantener la ortodoxia económica (siento terror ante quienes nunca dudan) o el país.

Nuestra deuda está en el entorno del 7% de interés, del todo insostenible o si no, que se lo digan a quienes están pagando sus hipotecas a ésta o a superiores cotas. Sabe bien el Gobierno que hay que retornar al lema de aquella colección de libros, auspiciada por el Opus Dei: «O crece o muere». Pero ¿cómo crecer si no hay dinero ni para pagar a los funcionarios a menos que se recaude más? De pronto, es como si los euros se hubieran volatilizado en el horizonte. Pero, nada se crea ni se destruye, decía una antigua y tal vez falsa sentencia física. Hemos recorrido un largo camino hasta llegar al borde de este abismo. Sólo es necesario ahora dar un paso más. Tal vez la señora Merkel podría dedicarse entonces a engrandecer su IV Reich. Cualquier esperanza en el presidente francés se evaporó ante el silencio. Pero el interés de la deuda francesa anda alrededor del 0%, como la alemana. ¿Se salvarán tan sólo los fundadores de esta ilusión histórica fugaz que fue la Europa unida? Todo es posible, como retornar a las antiguas fronteras, deshacerse del controvertido euro o establecer una alianza mediterránea: Portugal, España, Italia y Grecia, naciones turísticas por excelencia que habrán de interesar a nórdicos y germanos. Irlanda podría retornar a Gran Bretaña. De lo que no cabe duda es de que esta crisis no sólo cambiará nuestra forma de vida (de hecho, lo está haciendo ya), sino que alterará una Europa que se creyó dominante. China, India y Brasil deberían tomar el relevo poco después de que Obama y las democracias, cada una a su estilo, fuesen definitivamente derrotadas. Nuestro futuro puede consistir en la pobreza de masas. Pero para ello se requiere otra filosofía, un cambio radical. O quizá cambie la luna.