Cuba

Merkel gusta más que Obama

La Razón
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Desde distintos ámbitos de la vida nacional se viene criticando con insistencia y de modo razonado la política exterior del Gobierno, que ha consistido fundamentalmente en estrechar lazos con ciertos regímenes de credo socialista y abogar por otros claramente dictatoriales, mientras se ha tratado con displicencia a algunos de nuestros aliados tradicionales. Primero con Miguel Ángel Moratinos y ahora con Trinidad Jiménez, la diplomacia española ha mantenido un rumbo de bajísimo perfil que ha socavado el peso y la imagen internacionales de España. El desgaste es también manifiesto a juicio de la opinión pública. Los datos del último barómetro sobre política exterior realizado por la Fundación Real Instituto Elcano constituyen una censura a las principales decisiones del Gobierno, especialmente en relación con Marruecos y Cuba. Tras la represión de El Aaiún, Marruecos cae al segundo puesto de los países peor valorados, sólo por detrás de Irán. Los encuestados piensan que Rabat respeta menos los derechos humanos que Cuba, China o Venezuela. En cuanto al régimen castrista, ocho de cada diez españoles ven insuficiente la presión internacional sobre la dictadura y una mayoría cree también que el destierro de algunos presos políticos no justifica un cambio en la Posición Común de la UE. Si a esta percepción se suma la imagen de la silla vacía de Guillermo Fariñas en la entrega del Premio Sajarov, resulta incomprensible la obstinación de Trinidad Jiménez en mantener una política de sintonía y complicidad con regímenes que repugnan a la comunidad internacional. Se equivoca la ministra al perpetuar la diplomacia inane y lacrimógena de su predecesor, en vez de establecer una interlocución desde la exigencia, el compromiso y la dignidad. La prudencia diplomática no está reñida con la contundencia. El criterio mayoritario de los españoles es que los intereses generales no se defienden compartiendo extrañas y contraindicadas amistades con gobiernos como el marroquí o el cubano y mirando para otro lado o disculpando sus abusos y atropellos. De ese modo, se pierde toda autoridad moral y únicamente se gana desprestigio. Si el Gobierno quisiera reconducir el rumbo, que no parece, lo tendría tan sencillo como atender y aprender de la líder internacional mejor valorada por los españoles, según el barómetro de Elcano. La canciller alemana, Angela Merkel, ha superado a Barack Obama en la estima de nuestros conciudadanos, lo que hace aún más extemporáneas y ridículas las críticas del Gobierno y del PSOE, repetidas ayer mismo, que la responsabilizan de la crisis económica española. A la luz de estos datos que proporciona una institución oficial tan poco sospechosa, pues la controla el propio Gobierno, la diplomacia española debería evaluar por qué mantiene esa falta de sintonía con la opinión pública. No son Castro, Chávez o Mohamed VI los espejos en los que los españoles desean mirarse, sino en líderes democráticos, solventes y creíbles como Merkel. Defienden, en suma, otro modelo: el que preserva los intereses nacionales desde la firmeza y apuesta por un entendimiento especial con los buenos aliados.