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Llámame Alfredo

La Razón
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Sólo así podremos imaginarnos el cartel de Rubalcaba, en campaña electoral, besando niños. Verdaderamente confieso que lo de Alfredo no me lo esperaba. Pasar de ser el Fouché español de dos generaciones, la mano derecha de González, el muñidor de Almunia, el vicepresidente de Zapatero, la tabla de salvación del PSOE en el naufragio del Titanic, el futuro del socialismo español, pasar de eso a mitinear a un puñado de fieles, a puerta cerrada por si las moscas, despojado del pasado, a tuteo limpio y bajo la apelación de Alfredo es una jugada magistral. Es como aquel que acostumbrado al caviar durante treinta años pide en una tasca una ración de callos para untar el pan. Pero Alfredo sabe lo que se cuece. En su cabeza está recuperar las esencias del obrerismo español, volver a mojar otra vez en la foto de la tortilla, escaneándola para adaptarla al socialismo del siglo XXI. Es como pasar del PSOE de los descamisados de antaño al PSOE trendy de las alpargatas con cuña de diseño de ahora. Felipe siempre fue Felipe, hasta que dejó la presidencia y pasó a ser González. Y Guerra imponía inmovilidades a los cuadros del partido que aclamaban los militantes al grito de «Arfonso». Los nombres de pila están en la mercadotecnia esencial de la izquierda española. Felipe fue Isidoro en la clandestinidad y el sindicalismo obrero reconocía a Marcelino sin más apelativos. Hasta que llegó la nueva vía de Zapatero y éste se hizo el acrónimo de ZP con el apellido, porque el José Luis se lo dejó en casa. Como siempre había hecho la derecha, llamándose entre apellidos, Fraga a Fraga y Solís a Solís. Aznar sólo es José para Ana Botella. Y Rajoy solo es Mariano para su mujer. Esto lo vio claramente Esperanza cuando decidió enfundarse en las faldas de Zara y se hizo llamar por el nombre de pila, para arrasar en el tradicional cinturón rojo madrileño de Getafe, Leganés, Alcorcón y Parla. Alfredo quiere volver a eso, a las raíces felipistas del puño y la rosa. Y de paso meter al todopoderoso Rubalcaba en el armario por un rato. No es lo mismo pedir un voto como si fueras un colega, que como si fueras el intrigante duque de Otranto. Internet se ha llenado de twitter que alertan que, con esta maniobra, el todopoderoso Rubalcaba pretende que nos olvidemos de los GAL de Felipe y del Faisán de Zapatero, e incluso proponen llamarle «Adedo» en vez de Alfredo. Ocurrencias en la red. El caso cierto es que estamos ante un evidente desdoblamiento de personalidad: Alfredo para los militantes, Pérez para andar por casa, Rubalcaba para La Moncloa, e imagino que Fredy para los votantes, que bien merecido se lo tendrán si le votan con la que está cayendo. Como Jekyll, Rubalcaba ha descubierto que la conciencia de cada ser humano se compone de dos aspectos, el bien y el mal. Y pretende desdoblarlos. De cara a las elecciones, nuestro protagonista ha creado una poción para encarnarse en su parte buenista. Solo así podremos imaginarnos el cartel de Rubalcaba, en campaña electoral, convertido en Alfredo, besando niños.