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Igualdad

La Razón
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Mis amigos de este lado del mundo no daban crédito a la noticia de que en España existe un Ministerio de Igualdad capitaneado por Bibiana Aído. Naturalmente, hemos terminado hablando de ello. «Pero», pregunta uno, «¿en España las leyes no garantizan la igualdad de los ciudadanos?». «Más o menos», respondo, «pero no cabe duda de que en algunos aspectos resulta más teórica que práctica». «Ya... pero un judío podría ser presidente...», se atreve a apuntar uno. «Un judío jamás podría ser presidente y, si usted me apura, ni ministro. Sólo hubo un caso, el padre era gentil y se procuraba evitar las referencias a su condición. Un judío que sea conocido en España como político o incluso como empresario concitaría los peores espectros del antisemitismo». «Bueno», tercia una señora, «España es una nación tradicionalmente católica... ¿qué pasaría con un protestante?». «Peor que con el judío», respondo sin asomo de duda. «En España hay no menos de medio millón de votos protestantes, pero ser conocido como tal es un deporte de riesgo que despierta los resquemores de ciertos sectores católicos y de la totalidad de la progresía. Pensar que determinados cargos los pueda ocupar en España un protestante es un delirio». «Pero... pero si en Estados Unidos hemos tenido un presidente católico y vicepresidentes y...», protesta un sureño. «En Estados Unidos es posible, pero no en España», le interrumpo, «incluso un católico que ejerza de tal no sería bien visto en determinados puestos». «¡Increíble!», dicen varios a la vez. «La igualdad en mi país en algunas áreas es una ficción», prosigo, «por ejemplo, para aspirar a ciertos premios literarios hay que ser mujer, izquierdista o gay. Fuera de esas categorías no existe la menor posibilidad de ganarlo ni siendo la reencarnación de Cervantes. Por cierto, debo decirles que el lobby gay es el único del que no se puede decir una palabra desafecta en España. Tienen mayor protección en los medios que la misma Casa Real y ningún problema para tener ministros...». «¿Y en la empresa?», interroga el economista. «Hay mayor sensatez», reconozco, «pero no deja de ser relevante cómo en determinadas entidades de Cataluña los puestos superiores están reservados sólo a gente de la región». «¿Y sucede lo mismo en otras partes de España con los catalanes?», me pregunta. «Por supuesto que no. Puede encontrarlos en cualquier sitio y nadie pone ningún obstáculo lo que, por otra parte, tiene su lógica». «Desde luego, tienen ustedes un buen problema con la igualdad», señala la mujer, «supongo que Miss Aído se ocupará de todos estos casos». «Miss Aído no ha movido un solo dedo para corregir esos abusos», contesto, «incluso se ha callado cuando una mujer era objeto de alguna conducta indigna si quien la había perpetrado era, por ejemplo, un musulmán. Ha llegado al extremo de defender el uso del burka...». El estupor se ha apoderado de mis contertulios. «Pero entonces... ¿para qué sirve el Ministerio de Igualdad si no se ocupa de las minorías religiosas ni garantiza la protección de las mujeres en determinados casos?». «Para impulsar una nueva ley del aborto, colocar a feministas...», intento responder. «No, ladies and gentlemen», grita Tom, «sirve además para demostrar que en elGobierno de Zapatero a la hora de obtener un puesto hay igualdad e igual lo puede conseguir una persona preparada que otra completamente inútil».