Estados Unidos
La vía reformista por José María Marco
Estando fuera, uno de estos días pasados, recibo un mensaje de un amigo sobre los últimos ajustes del Gobierno: «Rajoy ha empezado a gobernar». Como añadido, llega un comentario sobre cómo la gestión de la crisis está pasándole factura al presidente del Gobierno. Cuando se lo comunico a un conocido, antiguo ministro de Economía de un importante país suramericano, se queda un poco sorprendido. Y no porque no sepa que en cada país la urgencia y el debate político suelen prevalecer sobre las grandes líneas. Aun así, le parece injusto. La idea que él tiene es la de que España está haciendo lo que había que hacer. No se hace muchas ilusiones sobre un proceso muy complejo, imposible de afrontar sin equivocaciones, pero sí que piensa que los gobiernos españoles, desde Rodríguez Zapatero, han ido tomando las medidas adecuadas para salir de la crisis.
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La actuación prioritaria en estos momentos es la toma de decisiones que hagan posible la reducción de la deuda. No hay más solución. Solicitar dinero, eurobonos o mecanismos de créditos para adquirir más deuda o sostener la que padecemos es una trampa. El problema es de fondo, procede de una sistemática falta de responsabilidad de los dirigentes políticos y requiere recortes y liberalizaciones, primero, después una presión continuada sobre los gobiernos autonómicos que pretendan seguir gastando a costa de los demás y, tercero, un cambio de mentalidad acerca de los incentivos al gasto que en estos últimos años parece inherente a nuestras democracias europeas. En cuanto a este último punto, los europeos hemos caído en la más pura demagogia. Desde fuera, incluso quienes nos miran con simpatía no pueden evitar el tono de burla: los europeos, tan sofisticados, tan de vuelta de todo, tan proclives a dar lecciones a los demás… hemos acabado en el populismo, aunque sea disfrazado de modernidad y nuevos derechos.
La ironía no impide que el relativo optimismo sobre la situación española –siempre que se mantengan y se profundicen las reformas– se contagie a la europea. Fuera se piensa que el núcleo duro de la Unión Europea tiene todavía presentes los desastres de los enfrentamientos nacionales y que eso mismo llevará –en particular al Gobierno francés, que parece el más despistado en estos momentos– a alejar la tentación social populista. Más grave que la situación de Europa parece la de Estados Unidos. A diferencia de los actuales políticos europeos, Obama es un doctrinario por estrenar. De salir reelegido, verá respaldada su política de expansión del gasto. Contra eso sí que habrá poco que hacer, aunque siempre sufriremos menos si, como está ocurriendo, seguimos ahondando en unas reformas imprescindibles, imposibles de aplazar.
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