España

Las incógnitas de la salida de la crisis por C RODRÍGUEZ BRAUN

Es verdad que no hay la suficiente confianza en nuestro país, pero no en el mundo empresarial ni en el mundo laboral, sino en el inquilino de La Moncloa

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Si la confusión que genera la crisis se traduce en la proliferación de metáforas, más o menos engañosas, en el balance de la economía española a día de hoy abundan las metáforas bélicas. Así, se nos dice que padecemos «el asalto especulador de los mercados», o también que estamos «en el punto de mira de los mercados», o que, tras las últimas estratagemas propagandísticas del Gobierno, «España planta cara a los mercados».

Conviene empezar por despejar este equívoco, porque nuestros problemas no derivan de que unos malvados nos hostiguen. Los llamados «mercados» son simplemente personas o personas en instituciones cuya misión es proteger los recursos que millones de ciudadanos les entregan para que los inviertan por ejemplo en fondos de inversión o de pensiones. No se trata de gente perversa sino de personas, que tienen la obligación de ser cautelosas. Y que están preocupadas, como tantos otros, con razón.

¿Por qué razón? ¿Qué es lo que motiva tanta inquietud? En pocas palabras, diría que la preocupación deriva de dos motivos: en primer lugar, de la crisis, y en segundo lugar, de la salida de la crisis.


La crisis y la salida
Que la crisis pueda suscitar desasosiego es evidente: la mayoría de los españoles no recuerda una caída tan abrupta de la actividad económica y un aumento tan considerable y dramático del paro. Para encontrar un derrumbe del PIB de un 3,6%, como padecimos en 2009, hay que remontarse a nuestra Guerra Civil y a los primeros años de la década de 1940. Después no hubo nada parecido, ni en las dos crisis del petróleo de los setenta ni en las sacudidas de los ochenta ni en las de comienzos de la década siguiente. Por lo tanto, es lógico que contemplemos atemorizados una situación cuya gravedad carece de antecedentes.

Pero aun admitiendo dicha gravedad, si lo que nos agita es la crisis medida por la caída en la actividad económica y el empleo, entonces deberíamos estar hoy bastante tranquilos. En efecto, si medimos la crisis por las tasas de crecimiento interanual o intertrimestral del PIB, entonces todo indica que lo peor ha pasado ya: de hecho, la economía española está mejorando desde la segunda mitad de 2009. Si lo peor de la crisis, pues, ha quedado atrás, ¿a qué viene tanta zozobra?


Demasiadas dudas
Aquí entra a jugar su papel el segundo motivo: las incógnitas de la salida de la crisis. En este apartado se combinan una serie de incertidumbres: aunque hayamos dejado lo peor atrás, la economía aún no está creciendo, no sabemos cuándo empezará a hacerlo, ni cuándo lo hará con el vigor suficiente para atenuar de modo apreciable la tasa de paro. De ahí el mensaje insistente de las autoridades, reflejado también en la reunión de ayer en el Palacio de la Moncloa, sobre la necesidad de que las empresas inviertan, se internacionalicen, y creen más prosperidad y más empleo.

El problema es que los temores que desata la salida de la crisis no estriban en nuestras empresas, porque las empresas españolas en su mayoría han hecho los deberes, y desde hace al menos dos años están haciendo lo mismo que las familias: ahorrar, recortar costes, y prepararse para sortear los tiempos difíciles que sólo el Gobierno se empeñó en negar.


Buenas bases
Cualquier observador mínimamente objetivo de la economía española debe reconocer que esto es así: los trabajadores y las empresas se han fortalecido extraordinariamente. La mano de obra española es más productiva, las trabajadoras y los trabajadores están más y mejor formados que nunca antes.

En cuanto a las empresas, el cambio a mejor también a ha sido espectacular. Si a alguno de los viejos del lugar nos hubiesen dicho hace treinta años que España tendría hoy las multinacionales que tiene, nos habríamos manifestado con recelo, cuando no con incredulidad y estupor.

La misma reacción la tienen en otros lugares: en América Latina, por ejemplo, cuando comprueban que España, ese país al que muchos estaban habituados a considerar económicamente poca cosa, es el país de donde vienen los grandes bancos y las grandes empresas de construcción, de servicios públicos y de las industrias más diversas, que hoy abastecen a ese continente tan lejano y tan cercano con toda suerte de bienes y servicios.


Es la confianza
Una muestra de esa pujanza empresarial estuvo ayer por la mañana en la reunión que convocó el presidente del Gobierno. «Hoy se ha fortalecido la confianza», proclamó José Luis Rodríguez Zapatero. Pero la confianza en las empresas españolas, como en los trabajadores de España, no necesita convocatoria alguna: ha sido demostrada una y otra vez en la práctica económica cotidiana.

Es muy cierto que falta confianza en nuestro país, pero no es en el mundo empresarial ni en el mundo laboral a donde hay que ir a solicitarla sino, precisamente, en el inquilino de La Moncloa. No falla nuestra economía, sino nuestra política.

El ajuste indispensable para purgar la burbuja cuyo estallido provocó la crisis ha recaído hasta hoy esencialmente en el sector privado, que lo ha pagado con numerosas víctimas: los millones de trabajadores que han perdido su empleo, y los cientos de miles de empresas que han cerrado.

Alega el Gobierno que él no produjo la crisis, y es verdad. Lo que sí hizo fue tener una política irresponsable antes de la crisis y gestionarla muy mal después. Esa irresponsabilidad la estamos pagando ahora, y explica los miedos sobre la salida de la crisis.


Añorar la bonanza
En los años de expansión, el Gobierno se limitó a disfrutar de la mayor recaudación, escudarse en la aparición en algunos años de superávit, y tras la excusa de la reducción de la deuda pública aumentar notablemente el gasto. Pedro Solbes, al revés de lo que se cree, no fue un buen ministro de Economía, porque prestó su complicidad a esta política errónea. Para comprobarlo, basta con pensar en lo bueno que sería el escenario actual si el Gobierno hubiese contenido el crecimiento del gasto hasta hacer desaparecer el endeudamiento público. Hoy no existiría el problema de insostenibilidad que lo amenaza.

La siguiente irresponsabilidad fue negar la crisis, con lo que el Gobierno perdió un tiempo precioso. Y la siguiente fue no tomar las medidas de reforma estructural necesarias y suficientes. El resultado conjunto de todo ello es… lo que ahora nos pasa.

¿Significa esto que no saldremos de la crisis o que seremos rescatados de modo humillante? Creo, quiero creer, que no. Es seguro que las empresas y los trabajadores han cumplido con su parte, tan dolorosa en tantos casos. Y es posible, aunque sólo posible, que el Gobierno se deje de mentiras y de demagogia, y acometa por fin lo que debió hacer hace años.