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El Cristo de los leones

La Razón
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La compañía Animalario ha acaparado los premios MAX de teatro con su obra sobre Urtain, y nos preguntamos si algún día se hará uno sobre Ángel Cristo, con el juego dramático que dan los juguetes rotos. Ya últimamente lo sacaban en el circo de los programas televisivos de desolladero como sombra de sí mismo a meter la cabeza dentro de las bocazas de feroces corrupias, como si quisieran despellejar su cascada anatomía para hacerse una alfombrilla. Pero no hay que olvidar que Cristo fue en su juventud uno de los mejores domadores del mundo, un coloso menudo y temerario que no dudaba en correr los más impresionantes riesgos dentro de la jaula, antes de que estuviese mal visto o en algunos lugares prohibido hacer ejercicios circenses con animales salvajes. Era aquel circo antiguo y genuino que va desapareciendo sustituido por cursilerías del sol y monerías políticamente correctas. Lamentablemente, la vida da peores zarpazos.Yo lo entrevisté en tiempos de reportero adolescente, cuando él se encontraba en plena boyantía y comenzaba a ser una estrella mediática. Tenía una roulotte con salón y baño alicatado hasta el techo. Tuve también oportunidad de ver la tristeza y miseria del circo por detrás. La fetidez a leonera, la expresión arrugada de payasos en camiseta guisando alubias en un puchero, y la imagen perturbadora y a la vez penosa de dos gemelas púberes contorsionistas ensayando atemorizadas por los gritos de un padre tiránico. Como es sabido, todo escenario tiene dos caras.Devorado por los cuernosLa primera fiera que no pudo domar fue Bárbara Rey. Ella venía de otro mundo y chocaba verla abrazada a la trompa de un elefante. Luego parece que hasta los leones empezaron a perderle el respeto y cada dos por tres aparecía en las revistas posando en el hospital vendado hasta las cejas. Más tarde llegó el declive y fue devorado por los cuernos, el perico y la lampancia que le impedía hasta echarle un hueso que roer a sus felinos. mejor recordemos a aquel Cristo de los leones gallardo y dominante con el látigo, que el posteriormente flagelado por las bestias carroñeras. Un noble rugido en su memoria.