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Perfil: Un tipo despreciable por Alfredo Semprún
Sobre Kim Jong Il no es posible dibujar más perfil que el que nos dejan sus obras: un país que es una enorme cárcel, donde sus habitantes son rehenes del régimen a los que se condena a la muerte por inanición cuando las circunstancias lo aconsejan. Como dictador, pasará a la historia por haber hecho de Corea del Norte una panfletaria potencia nuclear, incapaz, sin embargo, de actuar en el orden estratégico regional sin el permiso de su aliado y protector chino. Los millones de norcoreanos muertos por culpa de una política económica delirante, que tiraba del chantaje cuando necesitaba obtener alimentos, han sido el precio pagado. Desde el punto de vista personal, nada de su biografía pública es cierto. Ni su fecha ni su lugar de nacimiento, cambiados para ocultar que su padre, el primer gran tirano, estaba lejos del frente de batalla en la lucha contra los japoneses. Se formó en la propaganda comunista y consiguió hacer un arte, absurdo, del culto a la personalidad. Tenía un equipo de especialistas dedicados exclusivamente a inventar elogios de su persona, y los sufridos siervos, tal es la condición de los norcoreanos, debían asistir a larguísimas horas de panegíricos y adulación mientras sus hijos morían, literalmente, de hambre. Se sabe, sí, que era muy mujeriego –tuvo siete hijos con cuatro mujeres–, amigo de la buena mesa y que presumía de una bodega con más de 10.000 botellas. También le gustaba el cine, sobre todo el de factura occidental, que devoraba cada noche. Intentó doblegar, incluso, su condición física poniéndose alzas y cardándose el pelo. Odiaba volar y de los dos viajes que hizo oficialmente al extranjero –China y Rusia– el primero lo aprovechó para ir a un club de meretrices.
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