Elecciones andaluzas

Cabreo nacional

La Razón
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A Rodríguez Zapatero se le ha visto de pronto el encaje de las enaguas. Sus votantes se lo han visto claro y transparente. Y eso es lo más jodido que le puede pasar a un presidente del Gobierno. A un partido. De tener contenta a toda la parroquia, con un cheque-bebé universal, pienso fetén para los sindicatos y la patronal, un regalo extra de 400 euros al año y el supuesto blindaje de los servicios sociales, ha pasado a conseguir el mayor cabreo general desde que comenzó a andar la democracia. Es que ni proponiéndoselo, derriba tantos bolos de un tiro. Los empresarios están de uñas desde que estalló la burbuja, los empleados públicos y los pensionistas no aceptan la mano ajena en el bolsillo, las amas de casa que se van a quedar sin los pagos atrasados de la Ley de Dependencia están que trinan, los inminentes jubilados a los que les toca picar en la fábrica hasta los 67 el asunto no les hace precisamente gracia y entre las propias familias socialistas hay aleteo de reñidero. ¿A quién falta por enfadar el presidente? El último reducto son los escolares a los que Rodríguez Zapatero desveló las tareas de su cuaderno azul en el Senado y respondieron «uaauuu». Pero tiempo hay... tiempo hay para que también acaben enfadados.Hubiera sido interesante ver la reunión del miércoles con los barones socialistas. Lo que se dice una tarde de café y pastitas no debió ser. En Andalucía, sin ir más lejos, el plan de ajuste ha acabado de elevar el ritmo cardíaco a niveles de infarto. Si a finales del año pasado, el IESA daba ventaja al PP en intención de voto, ¿qué resultado arrojaría ahora? Eso lo sabe Griñán, al que, dentro y fuera, Pepe y José Antonio, le están poniendo las doce pruebas de Hércules. Y sabe también que en un año vista se celebrarán las elecciones municipales. Si el PP barre en las ocho capitales de provincia y pega un subidón en el resto, a Griñán se le va a escapar el perro de los infiernos. Llegaría a las autonómicas –si no es ella la que llega– con la carbonilla en los hombros de un cortocircuito. Los efectos de este cabreo son imprevisibles. ¡Cuánto cabreo!