Ana Botella

Tragedias por María José Navarro

La Razón
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Cuando una era joven y estaba prieta, también acudía a sitios infectos, llenos de gente que no me convenía, repletos de maromos a los que les daba lo mismo si yo era buena o mala o regular. Iba a lugares donde olía mal, donde la música era lo de menos , pasaba horas haciendo cola en el baño. Me pintaba como una mona. Cometía errores casi todos los fines de semana. Frecuentaba lugares que no me hacían bien. Veo lo ocurrido en el Madrid Arena y el cuerpo me pide hacer lo que ha decidido la Alcaldesa de Madrid, pero rápidamente me vuelve la memoria y me da mucha vergüenza lo que ha propuesto Ana Botella. La Alcaldesa ha anunciado que jamás se va a volver a alquilar un recinto cerrado de propiedad municipal a una empresa de fiestuquis. Nada más oirla, me he acordado de mi amiga Inma, y de muchas amigas mías que ahora tenemos la edad suficiente para ser madres de todos esos chicos que fueron la otra noche a la fiesta de marras. Inma, que tiene veinticinco puntos en la cabeza porque sufrió un accidente de coche cuando era una adolescente a altas horas de la madrugada, cree que su hija es mucho más sensata de lo que éramos nosotras. Podemos prohibirles todo. Hacer botellón, asistir a recintos repletos, tener una moto. Podemos aplaudir que se les retenga en la entrada de todos los locales oscuros. Podemos llevarles, traerles, recogerles. Podemos obligarles a llamarnos cada diez minutos. En el fondo, sabemos que es inútil. Como lo sabían nuestros padres, como lo sabemos los que ahora tenemos edad de ser padres. Lo que ocurre tiene que ver con el contrato entre el que alquila y el que lo alquila. Tiene que ver con lo que se obligan, con lo que se exigen, con lo que supervisan. Todos hemos sido jóvenes y nos hemos saltado normas. La mala suerte cuenta, pero cuenta más el negocio y la vista gorda.