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Alfredo Jimeno: «Numancia es un símbolo de Castilla y León pero quedarse ahí es insuficiente»
Poco antes de que el sol atraviese el meridiano, la Facultad de Geografía e Historia está tan vacía como las urgencias de un hospital durante una final de la Copa de Europa. Un bedel con pinta de veterano, de esos que manejan maneras de catedrático e hicieron la mili en Flandes, nos cuenta que hay exámenes. Con este panorama, sin estudiantes que alegren nuestra agenda de teléfono y rodeados por un silencio algo inquietante, nos reunimos con Alfredo Jimeno, profesor titular de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid y responsable del Plan Arqueológico de Numancia. La entrevista tiene lugar en su despacho, a esa hora en que el día parece estirarse:
«Me considero investigador y docente, pero no sé cuál de ambas categorías tiene más importancia. Están estrechamente unidas. En mi caso, resulta muy difícil no poder comunicar lo que voy conociendo».
Ambas se necesitan.
En efecto, la docencia también me ayuda a estar al día. Y la investigación contribuye a trasladar un conocimiento a la sociedad a través del alumnado. De hecho, algún año que cogí sabático tenía «mono» de docencia.
Se dice que los alumnos de hoy son peores que nunca. Pero esta queja se escucha desde la Academia de Atenas…
Lo cierto es que tener cada año un alumnado nuevo te rejuvenece, te renueva, incluso para saber qué se cuece entre los jóvenes. Ahora llegan con otras herramientas, distintas a las nuestras. El problema quizá sea el uso que hacen de ellas.
Como un fin, no como un medio.
Estamos mandando un mensaje que no es bueno. Decimos que lo importante es manejar las nuevas tecnologías. Y no es así. Lo importante es pensar, saber lo que quieres y usar las herramientas adecuadas, por ese orden.
Si no, para empezar, otros piensan por nosotros.
Es lo que ha provocado que internet se haya convertido en la autoridad máxima. Cada año, paso la bibliografía correspondiente y les digo que allí sí están las autoridades. Y luego hay otro problema derivado…
¿Cuál?
El de la comprensión lectora. Siempre hago pruebas a los de primero y les pido que lean lo que han escrito y que me lo expliquen. Pero copian y pegan y ya está. Cuando escribes, no escribes para ti, sino para otro. La tecnología no es sabiduría.
Este soriano hablador, que ríe no pocas veces durante la entrevista, observa el mundo, en cualquiera de sus tiempos, tras unas gafas que permiten adivinar unos ojos pequeños y pacientes, fatigados por la lectura. Además de su labor docente, ha escrito una decena de libros y ha publicado más de cien artículos de investigación. Aunque tiraba hacia la Edad de Bronce, acabó decantándose por Numancia, la ciudad que asolasen las tropas de Publio Cornelio Escipión, nieto de aquel general que, según nos cuenta Polibio, llorara tras arrasar Cartago. Gracias a su equipo y a él, Numancia se ha convertido hoy un símbolo de Castilla y León, demostrando que la historia siempre está ahí, cerca de nosotros. Es lo que somos:
«La arqueología debe contestar a las preguntas del presente, dando luz a la actualidad. Esa unión entre pasado y presente es lo que, de alguna manera, ha marcado el proyecto de Numancia».
Naciste cerca de ella, en Soria…
Procedo de una familia de campo, humilde. Soy el primero de los seis hermanos que llega a la universidad, a costa del trabajo de mis padres y de mis hermanos mayores. Ese esfuerzo es algo que no olvido.
Ahora hay más comodidades, menos memoria.
En este sentido, mi madre siempre tuvo claro, y creo que es una constante en muchas de las familias sorianas, que la formación era fundamental, pues daba la posibilidad de promocionarse en la vida.
Y quizá aún más en lugares como Soria.
Bueno, soy de los que piensa que el soriano sabe que va a tener que marcharse. Por lo tanto, cuanto mejor preparado esté, más probabilidades tendrá de salir hacia delante.
¿Cómo fue tu infancia?
Muy feliz, una infancia de barrio, con los juegos de antaño. Entonces era muy viva la relación entre familias, pues entre todas se cubrían las necesidades. Es otra cosa que siempre tengo presente y que preside el quehacer de todo lo que hago. Vive en la indignidad aquel que no se preocupa por los demás…
¿Te gustaba la arqueología desde pequeño?
Tuve mucha preocupación por leer. Era monaguillo y aproveché la biblioteca de los franciscanos, en Soria. No sólo libros espirituales, sino también históricos, como, por ejemplo, Dioses, tumbas y sabios, de Ceram, que leí con diez o doce años.
Muy pronto…
Todo eso estaba marcando mi elección de futuro. Siempre tuve buenas notas en humanidades, especialmente en historia. El camino estaba ya fijado, casi desde los inicios.
Las vocaciones surgen así, poco a poco.
A veces te das cuenta a posteriori, cuando lo reflexionas y ves qué tienes en el haber y en el debe. El ambiente de mi colegio era muy acogedor. Estaba abierto todo el año. Allí jugaba, leía, estudiaba…
Estudiaste la carrera en Zaragoza…
Que era donde me correspondía. Zaragoza ha marcado mucho Soria. Todavía se dice que es el mayor pueblo de Soria… Es donde más sorianos hoy.
Y en parte sigue siendo así.
Eso responde a la característica rayana que tenemos. La provincia está ubicada entre el Sistema Ibérico y el Central, a un lado está el Valle del Ebro y al otro el del Duero. Su historia también es rayana…
¿Cómo te fue en Zaragoza?
Tuve mucha suerte, porque coincidimos alumnos muy interesados en la arqueología. Eso nos llevó a sacarle a la universidad todo lo que se podía y me permitió moverme con fluidez por el espectro arqueológico…
Te tocó estudiar en un momento convulso.
Recuerdo las manifestaciones en Zaragoza… Eran años donde había mucha movilización y se perdían también muchas clases, lo que daba pie a que cada uno tuviera que preocuparse de la formación...
Eso no es malo, si se piensa bien.
Al contrario, fue positivo. Te ayuda a buscar por tu cuenta y a desarrollar más tus posibilidades… La Transición me cogió de profesor en el Colegio Universitario de Soria. Fueron años de grandes expectativas…
¿Se han cumplido?
Las cosas han cambiado… Aquellos eran unos años donde todo el mundo tenía unas ganas enormes de colaborar. En el Colegio Universitario decidimos incorporar a la sociedad, para resultar útiles. Y se hizo: la sociedad soriana, al sentirlo tan cerca, lo tomó como algo suyo.
Ahora son malos tiempos para lo público.
Y más con esta crisis. Pero, si de verdad quieres cumplir con los objetivos de la docencia y la investigación, nada te detiene, ni siquiera el presupuesto. Quizá el mayor problema de la universidad sea que el profesorado se ha hecho viejo…
No ha habido relevo. Tu generación lo ha impedido.
En los años ochenta cubrimos un número de plazas muy grande. Eso creó un tapón. Es triste, pues impide que haya savia nueva. En una universidad europea, donde se valora la excelencia, algo así no ocurre.
Es un problema sin vuelta atrás.
Lamentablemente. Nos queda todo un espacio de aportación que podía haber sido rellenado por investigadores excepcionales, a los hemos dirigido las tesis y que no se han quedado. Es doloroso. Pienso en personas concretas…
Se ha perdido mucho talento...
Muchísimo. Y ahora vemos cómo la gente se tiene que ir fuera del país. Estamos perdiendo a quienes deben construir el futuro de España, quienes pueden hacer que mejore. Esa sangría ya sucedió, durante los ochenta, en la universidad. Y ha perjudicado, sobre todo, a la sociedad.
Porque no se le devuelve lo que ha dado.
Trabajamos con lo público en gran parte de los proyectos de investigación. Y, cómo no vas a aprovechar esos proyectos para formar y conseguir que los alumnos salgan preparados... En Numancia lo intentamos…
Se ha convertido en símbolo de Castilla y León.
Y ese símbolo tiene que servir para algo. Quedarse sólo en símbolo no sería suficiente. Eso lo supe desde que me lo propusieron. Por entonces estaba metido en la Edad del Bronce, donde ya era empezaba a ser un referente.
Así que no estabas muy decidido.
Verás, estaban buscando a alguien de Soria, que además fuera arqueólogo. Tras pedirle la Junta de Castilla y León que encontrara a alguien, la directora general de Patrimonio Nacional, Eloísa Wattenberg, me lo propuso y le dije que me lo tenía que pensar.
Pero terminaste aceptando.
No sin darle muchas vueltas, pues suponía un reciclaje académico notable. Ahora bien, el reto me atraía mucho. Finalmente dije que sí, aun siendo consciente de que, en cuanto cambiara la dirección general, me iba a encontrar «in albis».
Bueno, has sobrevivido. Eso es que lo haces bien.
Y siempre he encontrado sensibilidad necesaria a la hora de equilibrar lo administrativo, lo investigador y lo político, por así decirlo. Pues bien, arrancamos trazando un Plan Director y lo llevamos a cabo. Aún estamos con él.
¿Por dónde empezásteis?
Por la investigación. Había que conocer muy bien Numancia para consolidarla. Sin investigar, no podríamos haber hecho las reconstrucciones, pues era un yacimiento plano, algo que el público no entiende.
Lo queremos ver en tres dimensiones, casi tocarlo.
A partir de ahí definimos los dos niveles de Numancia, uno de época romana y otro de la celtibérica. La gente debía tener una referencia tridimensional de las casas de ambas épocas. E hicimos la reconstrucción de dos casas.
Y luego el cierre amurallado.
Que ha ayudado a hacer comprensible Numancia. Me planteé que Numancia debía ser un foco de atracción turística. Si tenía sentido, era porque tenía el apoyo social del entorno. Si no, no era viable. Así de claro.
Se ha conseguido.
Rápidamente conectamos con la sociedad, vinculándola con la idea que conociera su Historia. Por ejemplo, cada año hay una representación de un episodio de las Guerras Numantinas en la que participa la gente.
Esa implicación no ha parado. Al contrario.
Ha sido gracias, sobre todo, a la Asociación Cultural Celtibérica Tierraquemada, que hace de puente entre la arqueología y la sociedad para difundir todo lo que tiene que ver con Numancia. También era necesario que hubiera una gestión adecuada…
¿Para que diese un rendimiento económico?
Exacto. Se trataba de darle un esquema empresarial, para que Numancia pudiera tener ingresos y recursos suficientes como para crear puestos de trabajo e incidir en la sociedad a través del turismo.
¿Ese objetivo se ha conseguido?
De momento se ha logrado crear una figura jurídica que consiste en una empresa unipersonal cuyo único socio es la asociación. Al frente de ella está un gran empresario soriano, Alberto Santamaría…
Lo público y lo privado de la mano…
Así hemos conseguido unir pueblo, investigación y empresa. El problema es la indefinición de la administración. Ahora, la vigilancia del museo depende de él, mientras que la gestión de visitantes depende de la asociación. Hay que ir a una gestión conjunta…
¿Vas a seguir en Numancia?
Tengo que empezar a pensar en irme. No en abandonar, ojo. Tengo gente en mi equipo que se puede hacer cargo de Numancia. El yacimiento no puede estar asociado a un solo investigador. Yo puedo seguir en la trastienda, investigando… Es esa savia nueva de la que te hablaba antes…
Ahora que lo pienso, no te has ido de Soria.
Y siempre la tengo en mi corazón. Pero es muy importante para mí haberme marchado. He aprendido mucho, ya fuera investigando en Madrid o excavando en Sudán. Y difícilmente puedo irme de Soria cuando mi mujer vive allí…
¿Existe el carácter castellano y leonés?
Sin duda. En él ha tenido importancia la incidencia del medio rural, sin ciudades de tamaño medio. Se ha vivido de manera aislada, lo que ha provocado que seamos muy trabajadores, muy serios. Eso que se decía antes: «Palabra de castellano viejo…»
Entonces el medio también es carácter…
Por ejemplo, la actividad en el campo castellano deja mucho tiempo libre a lo largo del invierno, lo que posibilita que los chicos vayan a la escuela. Y vivir en un pueblo pequeño es complicado, pues todo mundo sabe todo. De ahí nuestra desconfianza…
Una tierra dura, ingrata.
Que daba para malvivir. Por ello, hay que hacer un homenaje a las mujeres de la Castilla y León rural, que han llevado el peso de todo. Son las que han dado el do de pecho. Eso lo veía tan claro en mi madre… Si estoy aquí, charlando contigo, es por ella…
La facultad sigue callada, mientras los estudiantes continúan con sus exámenes. Hay una vieja ilustración del inmenso Chumy Chúmez sobre el futuro: un túnel oscuro, junto al que se lee «cuidado con el escalón». Sin conocer nuestro pasado, y con el permiso de las agencias de valoración, a las que mandamos un caluroso saludo, ese escalón seguro que es mucho más grande. La sobresaliente labor de Alfredo Jimeno al frente de Numancia, así como su empeño académico, ayuda a que el escalón se reduzca aún más. Nos permite saber quiénes somos. Al salir de la entrevista, los exámenes ya han terminado y los pasillos vuelven a estar llenos de estudiantes. Es hora de renovar la agenda. Pero esa, como diría la querida Clodia, es otra historia.
DE CERCA
Para leer.
En busca del tiempo perdido.
Para ver.
Lawrence de Arabia.
Para escuchar.
Beatles y Bach.
Para estudiar.
Los trabajos de Binford y Taracena.
Para la Historia.
Adolfo Suárez.
Una virtud.
No decir que no.
Un defecto.
El mismo: no decir que no...
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