Bilbao

30 años no es nada

El 28 de octubre de 1982, hace 30 años, el PSOE lograba la mayoría absoluta en las elecciones generales. Felipe González lo vivió en un chalé en El Viso, seguro de lograr 202 diputados 

30 años no es nada
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A primera hora del 28 de octubre de 1982 me sacó de la cama una llamada de Julio Feo, sociólogo, formado en Estados Unidos, baloncestista y «road manager» de Felipe González en su campaña electoral, citándome para una hora en un punto para mi ignoto de Madrid. Me sentía apaleado tras un mes de mítines clónicos, aviones, tanto «Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo», alguna desorganización (mi colega Ramón Pi y yo hubimos de dormir juntos en una camita de hotel y por el ruido que yo hacía su esposa le advertía por teléfono: «Haz lo que te dé la gana, pero vuelve desinfectado») y el moderno y endemoniado autobús de los periodistas cuyo balanceo de barco exigía Biodramina.

Me citó en una encrucijada de calles y parado en la acera supuse que me estaba observando para comprobar que estaba solo. Me recogió en su Jaguar blanco y me dio más vueltas que la oreja hasta depositarme en su casa, un chalecito por la colonia de El Viso, o así. Luego Feo, en sus reveladoras memorias, escribió que yo era muy fácil de engañar, aunque el sueño no me permitía jugar a los espías. Las escoltas ocupaban el sótano, lejos de la vista, y arriba, en el salón, estaban Felipe González y sus entonces esposa, Carmen Romero, Pablo (fotógrafo del «clan de la tortilla»), el médico personal de Felipe, José Luis Moneo, la mujer alemana de entonces del anfitrión junto a una niña preciosa y un perro muy amigable. Estancia algo sórdida, como de inquilinos provisionales, en la que Felipe esperaba seguro y relajado los resultados electorales.

No hubo visitas y estimé que habían cortado los teléfonos porque en ocho horas no sonó ninguno. Felipe encendió un puro y pidió un whisky cuyos hielos al desleírse desprendieron unas viscosidades repugnantes. «Julio, cámbiame esto que parece que ya han empezado los envenenamientos». Hablábamos de José María Ruiz-Mateos: «Vino a verme desolado, como teniéndonos miedo, y le dije que nosotros estábamos más cerca de él, hombre hecho a sí mismo, que de los banqueros tradicionales, y que se pusiera de acuerdo con Boyer, que le ayudaríamos a sanear Rumasa».

FG estaba hasta sonriente comentando los avatares de Jordi Pujol con Banca Catalana que, según él, sentarían en el banquillo al Molt Honorable y podrían enfilarle hacia la cárcel. Felipe daba la impresión de que ya sentía su culo en la butaca del Estado, emanando unas feromonas estatistas sólo superadas con el tiempo por el catalán José Borrell. Me contó que en su investidura reclamaría por enésima vez Gibraltar y que visitaría la División Acorazada Brunete nº1 (el puño del 23-F) lo que hizo con misa de campaña incluida aunque sin arrodillarse. Repetía lo que contestó al periodista José Oneto: «El cambio consiste en que España funcione».

Orgullo de ser español


Además, prolongaba la oración: «Quiero devolver a los españoles el orgullo de serlo». En campaña se le acercó un guardia civil: «Perdone que me presente; me llamo Antonio Tejero». «No se preocupe que nosotros vamos a reivindicar hasta los apellidos». Al teniente general Lacalle Leloup le tenía enfilado como «El lobo», aunque no había en él asomo de antimilitarismo. «Y el Rey no va a jugar conmigo a las mujeres como hizo con Adolfo Suárez».

Mientras despachábamos unas picadas precedidas por FG de la teoría de pastilla que le facilitaba el Dr. Moneo, Carmen Romero era un nudo de nervios como si nadie la hubiera informado de nada. «Pero ¿vamos a ganar?».

El marido le contestaba seco e indirecto: «202 diputados». Cifra exacta a la hora del almuerzo. El matrimonio no se molestaba en ocultar su falta de sintonía. Días antes había volado a Bilbao con Felipe (siempre en turista) y nos encerramos en una habitación del hotel Ercilla. Hablando del terrorismo mandó parar el grabador. «Oye, ¿y a ti que te parece si a estos los matamos?» Desconcertado me extendí sobre las OAS perseguida por los «Barbouzes» de Marsella. Se ha querido siempre ocultar que los GAL no pertenecen a la última etapa del felipismo sino que la guerra sucia contra ETA ya se consideraba antes de aquellas elecciones.

Cerrados los colegios, me despedí y fui al hotel Palace a abrazarme con una llorosa Helga Soto, la alemana jefa de Prensa del PSOE, socialistas anónimos de toda la vida y arribistas al olor del poder emergente. Ya sabía por amigos comunes que cuando murió Franco propusieron un brindis a Felipe. «No seré yo quien brinde por la muerte de un español». Me fui del Palace andando hasta mi casa en una noche cálida de otoño, doblemente pensativo: o España inicia una nueva etapa imparable o este es el comienzo de la descomposición. Hoy nadie ha recordado aquella fecha.