Túnez

Cuestión de estrategia

Una caída del régimen sirio relajaría la presión sobre el Líbano y sobre regímenes democráticos como Israel e Irak

La Razón
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Desde el principio de las revueltas en los países árabes se viene desarrollando un fuerte debate acerca de los criterios que permitan establecer una estrategia de respuesta para las democracias occidentales. Este debate se mezcla con temas de interés nacional, en cada uno de los países y, también, de capacidad de cada uno de ellos para intervenir. Ahora bien, se pueden esbozar algunas grandes líneas que permitan entender cuál podría ser nuestra posición en esta gigantesca mutación.

Un punto que siempre hay que tener en cuenta es la existencia de dos grandes potencias en el mundo musulmán, que son el régimen chiíta iraní, por una parte, y el régimen sunní de Arabia Saudita. Ninguno es el ideal, se dirá, pero aquí se impone, como ha escrito Robert Kagan, el realismo. Para Estados Unidos, y para los países europeos, incluido Israel, sería catastrófico que la estabilidad en la Península Arábiga se viera en peligro mientras que el régimen iraní sale adelante.

No hace falta mucha imaginación para saber lo que eso querría decir para la seguridad de todos. Así que la estabilidad de los regímenes de la Península Arábiga va a primar por encima de cualquier otra cosa. Así se explica la discreción con que se ha tratado la desafortunada intervención de las Fuerzas Armadas de Arabia Saudita en Bahréin. Y, también, la capacidad de resistencia de que está dando muestras el régimen yemení, donde, a diferencia de Libia, los intereses estratégicos son demasiado serios como para que nadie intervenga a favor de los rebeldes.

Otra línea que ha vuelto a primer plano es la de no tratar de la misma manera a los amigos y a los que no lo son. A los primeros –desde Marruecos a Jordania, pasando por Túnez y Egipto en su nueva situación– hay que pedirles reformas que vayan garantizando una vida digna para sus ciudadanos. Después de lo ocurrido, el argumento anti revolucionario y anti islamista está del lado de los reformistas, no de los inmovilistas: las tiranías, como ha dicho Bernard Lewis, están acabadas. Aquí hay mucho trabajo que hacer. En el caso de los que no son amigos de las democracias liberales, la política debería estar clara, aunque por desgracia no lo está tanto. Viene simbolizada por la agenda de la libertad aplicada contra los totalitarismos comunistas en los años ochenta.

En este caso, ningún otro país como Siria ofrece con mayor claridad la posibilidad de contribuir a un cambio decisivo. La dictadura de la dinastía de los Assad lleva semanas con problemas internos, y recurriendo a la fuerza y a los asesinatos para sobrevivir. No lo conseguirá si no es con un océano de sangre. Una caída del régimen sirio, además, relajaría la presión sobre el Líbano, en primer lugar, y sobre los regímenes democráticos vecinos, como son Israel e Irak, sin contar con Turquía. Desaparecería un auténtico exportador de terrorismo y se debilitaría a Irán. No es cuestión de intervenir, sino de apoyar los cambios internos.