Conciliación

Todos los días son fin de mes por Cristina López-Schlichting

El desempleo que azota a las familias, pilar de la sociedad española, ha derivado en una zozobra difícil de remontar

A pesar del sentimiento permanente de agobio y pesadumbre por la situación económica, la familia Moral Lara no tira la toalla. María Lara, la madre, Cipriano Moral, el padre; María, la hija. Dani,el mellizo de María .Jonathan, el hijo mayor y el único que
A pesar del sentimiento permanente de agobio y pesadumbre por la situación económica, la familia Moral Lara no tira la toalla. María Lara, la madre, Cipriano Moral, el padre; María, la hija. Dani,el mellizo de María .Jonathan, el hijo mayor y el único quelarazon

Cuando se acaba el paro, queda la ayuda social y, cuando ésta termina, Cáritas. Como confirman los dirigentes de la ONG de la Iglesia: «Nos mandan a la gente directamente desde las colas del INEM». Después de años de sufrir los envites despiadados de gobiernos contrarios a la tradición y la fe, la realidad española ha quedado exactamente apoyada sobre esos dos pilares: familia e Iglesia. Tan fortísima red es lo único que en este momento impide la ruptura social en un país con más de cinco millones de parados, donde la Encuesta de Población Activa empeora de recuento en recuento.

¿De qué manera funciona el sistema? Los padres han vuelto a recoger a hijos y nietos en casa cuando el pago de la hipoteca ha fallado. El puchero y la cocina tradicional vuelven a prestar inmejorables servicios porque –no lo olvidemos– donde comen cinco, comen seis. El sueldo de quienes aún trabajan se reparte entre varias unidades familiares, y se confía en Cáritas para pagar los recibos de luz, agua y gas. La ONG no sólo afronta gastos corrientes u ofrece viviendas de alquiler a mejor precio –donadas por propietarios con sensibilidad social– sino que presta un servicio impagable de escucha, apoyo y valoración de las personas.

Porque, más allá del terrible fin de mes, el paro arroja estigmas de desprecio y marginalidad que pueden rendir a más de uno. La violencia entre cónyuges agobiados, el alcoholismo como refugio, la desaparición de una vida sexual sana y la demolición de la autoestima son consecuencias comunes en las familias en las que los días pasan sin más horizonte que la tele o la conversación. Tal vez por eso, Emilio Duró, «coacher» y asesor empresarial, recomienda a las personas desempleadas «dedicar tantas horas al día a la planificación y búsqueda de trabajo como dedicaríamos al trabajo mismo, no se puede vagar por los parques ni tumbarse en los bancos».

Los consejos de Duró empiezan incluso antes, «hay que hacer deporte –añade–, es imprescindible para elevar el tono vital y favorecer la capacidad de lucha y el optimismo; póngase a correr todas las mañanas». El paro masivo es mucho más que un problema económico, es un cáncer social con capítulos imprevisibles por delante. ¿Qué futuro le espera al desempleado de larga duración? ¿Cuántos matrimonios se romperán ahogados por la angustia y la escasez? ¿Cuántos niños crecerán en medio del desasosiego y la incertidumbre?

Rearme moral
En realidad ha llegado la hora de una ofensiva social y antropológica, capaz de preparar al hombre del Estado del Bienestar para tiempos de carestía y zozobra. La parte positiva es que es el momento del rearme moral. Porque quién no tiene claras las razones de la existencia, ni resiste, ni lucha. Los largos capítulos de la Historia europea del siglo pasado nos ilustran de sobra (véase Víctor Frankl) sobre la capacidad del ser humano para crecerse ante la adversidad.

Paradójicamente, y después de campañas abortistas, divorcistas, antieclesiales, lo que va a necesitar el europeo del siglo XXI es, precisamente, un anclaje fuerte en su tradición, su familia y su fe. Y una respuesta solidaria de los demás que nada tiene que ver con motores como el lucro, el afán de poder o el protagonismo.

Quienes, de forma masiva, se están enrolando como voluntarios en Cáritas, donando su tiempo y sus energías, dando lo mejor de sí mismos, no lo hacen por interés, sino por certezas intangibles y antiguas: el valor de las personas, la gratuidad, el amor al prójimo, ¿les suena?

Es extraño, pero es posible que el refrán no mienta, y que no haya mal que por bien no venga. Puede que, frente a la sociedad ahíta y despiadada de los 90 en Occidente, advenga un tiempo duro pero interesante, donde la imaginación, la generosidad y la fortaleza vuelvan a ser valores cotizados. Durante años nos hemos cocido lentamente en el exceso y las garantías. Y no todo han sido ventajas. Ahí están el aburrimiento y la debilidad de cierta juventud; el abandono de nuestros ancianos; el desprecio de la vida; la destrucción de los núcleos familiares. En este nuevo tiempo, que arrecia con mil incertidumbres, un amigo volverá a ser un tesoro; la familia, un bien impagable; el valor, un galardón superior; el simple hecho de nacer, un regalo. Admitámoslo, todo un desafío apasionante.

La familia Moral Lara

Cipriano
(53 años). Técnico de aire acondicionado
«Los años no me dejan ser optimista»
El cabeza de familia lleva seis años en paro encadenando pequeños trabajos temporales. Para subsistir recibe 400 euros de ayuda y lo complementa con pequeños arreglos de albañilería.

María (53 años). Ama de casa
«Estoy perdiendo la fe en los políticos»
Dejó de trabajar hace 21 años tras el nacimiento de su segundo hijo. Antes, trabajaba en una empresa de fabricación de bolsas de plástico. «La situación no cambiará en los próximos años», vaticina.

Jonathan (25 años). Mantenimiento de piscinas
«Llevar el único sueldo a casa pesa mucho»
Su trabajo de media jornada en el mantenimiento de piscinas supone la única fuente de ingresos para los Moral Lara. Es el mayor de los cuatro hijos confiesa sentirse «agobiado» por esa situación.

Isaac (21 años). Módulo de FP de electrónica
«Tenemos lo justo para comer»
Acaba de terminar un módulo y está a la espera de que le salgan unas prácticas remuneradas para poder ayudar en casa. Señala que sus padres están «sufriendo mucho» porque esto les desborda.

María (15 años)Estudiante de 3º de ESO
«No nos pueden dar ningún capricho»
Es la melliza de Dani. Comenta que no recibe paga como otros chicos de su edad. Admite que esa situación apena a sus padres, ya que no se pueden permitir darles un capricho «como les gustaría».

Dani (15 años) Estudiante de 3º de ESO
«Hemos estado un mes sin libros»
Es el pequeño. La situación tan delicada de la familia le ha impedido poder empezar el curso con libros. Gracias a una ayuda de su abuela, que se los compró, puede estudiar como el resto de sus compañeros.