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Escenografías urbanas por Pedro Alberto Cruz Sánchez
Me jode sobremanera que, en un momento en el que se requieren grandes dosis de realidad, ciertos sectores hayan optado por la puesta en escena. Las revueltas en la calle, los contenedores quemados, las porras, las piedras, los escudos, el cuerpo a cuerpo… no constituyen sino la teatralización de un miserable interés político. Un país que se está ahogando y tiene sus pulmones encharcados no puede permitirse más dilentantismos ideológicos: los problemas son los que son y, desgraciadamente, las soluciones se encuentran más que diagnosticadas y pensadas hasta la saciedad. Si se quieren discutir, que se discutan; si el debate se quiere llevar a un plano de conflicto, que se haga: los procesos de crítica no pueden tener límite alguno. Pero una cosa es eso, y otra muy distinta que determinados «agentes contaminados» extraigan consecuencias a priori de medidas que todavía no han tenido tiempo de demostrar qué es lo que pueden dar de sí. Cuando España está al borde de la quiebra y con unos niveles de desempleo propios de un estado de excepción, algo hay que hacer. Si, con el tiempo, se evidencia que las decisiones tomadas no han surtido el efecto deseado y han agravado más la situación, entonces que se convoquen huelgas generales todos los días y se recrudezca la presión social. Pero lo que resulta del todo inadmisible es que cualquier movimiento realizado por un gobierno –sea del color que fuera- reciba, de inmediato, una desproporcionada contestación por una mera cuestión de «cerrazón ideológica» retrógrada e insolidaria.
La calle pierde su espontaneidad cuando se transforma en un instrumento de chantaje y de ajuste de cuentas partidistas. Afortunadamente, el disenso sobre los modelos de construcción social está más allá del partidismo. El razonamiento es lógico: la sociedad abarca el conjunto de los ciudadanos; los partidos no. Una oposición democrática, honesta y constructiva no puede ser jamás una oposición a priori. Y, además, no debemos olvidar un aspecto importante en este sentido: prender la mecha de la calle es extremadamente peligroso porque, en determinadas circunstancias, el fuego puede sobrepasar el perímetro delimitado para su propagación. Cuando se habla de agitación social, no hay fuego controlado. En ocasiones, y como tantas veces nos ha mostrado la literatura y el cine, una ficción puede llegar a superar los efectos más devastadores de cualquier realidad. Así que mucho cuidado: las estrategias de partido enloquecidas pueden llegar a convertirse en un incendio desbocado que destruya al propio pirómano.
Pedro Alberto Cruz Sánchez
Consejero de Cultura y Turismo
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