Quién no se siente, a la vista de tantos frentes como tenemos abiertos, acorralado. La pregunta es qué hacer ante tanta devastación. Lo primero que hay que tener claro es que, o afrontamos con la ayuda de todos un cambio de modelo productivo, o pasaremos del estancamiento al desastre. No sobra tampoco recordar, una vez más, que de las crisis se sale, desde que el mundo es mundo. Pero que, al final, ganan siempre los mejores, que suelen ser los más anticipativos, esforzados y sagaces. A estas alturas del paseo está claro que sobreviviremos sólo si somos competentes. No hay más. Y si no lo somos, nos encontraremos antes de lo que creemos con resquebrajamientos sociales muy serios. ¡Dejémonos de vainas!: el verdadero cáncer de nuestra economía es la baja competitividad empresarial, desde la fabricación a la comercalización del producto, tanto en el sector básico industrial, como en el agrario y el comercial. Para cambiar esta dinámica, los españoles tenemos que fortalecer, antes que nada, nuestro músculo educativo. No le echemos la culpa a nadie. Somos nosotros los que desincentivamos la innovación y la investigación. La falta de espíritu emprendedor de la sociedad española es de las más altas del mundo. Se equivocan tanto los que todo lo confian al sistema financiero, como los que siguen apaleando a las clases medias. Que nadie lo dude: sólo si vinculamos salarios a productividad, saldremos adelante.