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OPINIÓN: Caminos de conversión (II)

La Razón
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Raoul Follereau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico se sorprendió de que, entre tantos rostros muertos y apagados, hubiera alguien que conservara unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un «gracias» cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes sólo aquél hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y observó que en una abertura pequeña del mismo aparecía durante unos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugada, que sonreía. Entonces el hombre sonreía cómplicemente también. Luego ese rostro desaparecía y el hombre, iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando un nuevo día y esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era -le explicó más adelante el leproso- su esposa. Cuando le arrancaron de su pueblo y lo trasladaron a la leprosería la mujer le siguió hasta el poblado más cercano, y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor. «Al verla cada día -comentaba el leproso- sé que todavía vivo».
Dios es amor, ésta es su esencia; tiene entrañas de misericordia y entrando en nosotros nos recrea; decir misericordia es como decir el apellido del amor de Dios. Dios es la ternura por excelencia. Dios nos siente como parte suya, establece con nosotros una relación de amor; está cerca, se hace pequeño para ponerse a nuestra altura, acude en nuestra ayuda y nos presta atención; siempre nos escucha. Su ternura está siempre en movimiento hacia nosotros, y sin ella moriríamos. Mi vida le importa, mis pecados le duelen, no soy indiferente para Él. María es un verdadero icono de la ternura de Dios; ella rodeó con la ternura a Jesús durante toda su vida; deja que ahora lo haga contigo, eres su hijo desde el instante amoroso de la Cruz.
También yo necesito ternura y también yo puedo dar ternura. ¿Cómo son mis relaciones con los demás, con los más cercanos del día a día?, ¿ásperas, duras, violentas, exigentes?, ¿o son tiernas, cercanas, misericordiosas, gratuitas? Ahora se nos presenta la segunda etapa del camino cuaresmal: el paso de la dureza a la ternura. No está anticuada la ternura en este mundo tan competitivo y tan duro, quizás sea incluso obligatorio su ejercicio. Cuaresma es tiempo privilegiado para recrear la ternura. Julián Marías nos dejó escrito: «Relaciones de amor, de ternura, de libertad: justamente eso es la persona». Cada persona es «imagen y semejanza» del Creador y el Espíritu Santo sembró en nuestro corazón semillas de Dios, semillas de ternura. De ahí que debamos recordar constantemente: «Tú también eres ternura, capaz de dar y recibir ternura».
¡Feliz y Santa Cuaresma!

Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM